POSADAS. Patricia (41) no puede evitar las lágrimas cada vez que recuerda el momento en el que recibió la peor noticia. “Fue todo dolor. Impotencia. Mucha bronca”, recuerda, con la voz quebrada. Hoy, un mes y medio después, todavía tiene fresca en su memoria la imagen del médico diciéndole que ya no había más nada que hacer.Así, de la noche a la mañana, la mujer se quedó sin visión en el ojo derecho por culpa de manos hasta ahora anónimas. Fue el pasado 14 de febrero y, como en más de una oportunidad lo publicó PRIMERA EDICIÓN, fue apenas uno de tantos ataques vandálicos que hasta hoy se siguen repitiendo en el Acceso sur de Posadas.Mientras se recupera del tremendo episodio y aguarda por las cirugías que le reconstruirán las fracturas que sufrió en el cráneo, Patricia rompió el silencio y habló con este medio sobre aquel momento, las sensaciones que vive la familia y el pedido de que se haga justicia para que no vuelva a pasar.En primera personaEn la madrugada del viernes 14 de febrero, Patricia viajaba junto a sus hijos de regreso a Garupá, donde vive la familia, después de festejar el cumpleaños de un familiar en la capital provincial.A la altura del arroyo Laguna, límite entre Posadas y Garupá, una piedra arrojada desde los terrenos ocupados de la zona quebró el parabrisas del acompañante y dio de lleno en el ojo derecho de la mujer.“Fue el golpe en sí y enseguida algo caliente. Ahí quedó todo negro, todo oscuro, con la sensación de que me iba a desmayar”, relató la víctima, quien contó que pese a todo trató de tranquilizar a sus hijos.Patricia quedó ciega por completo durante esos minutos. A esa altura, en el interior del VW Fox todo era desesperación, aunque con buen criterio su hijo Néstor (18) condujo a toda velocidad hasta el hospital Madariaga. La mujer sólo recuerda cómo la sangre le brotaba a borbotones.“Tenía mucho miedo y angustia. Sentía mucho dolor. En ese momento perdí la noción del tiempo. Recuerdo también que en el hospital alcanzaron a preguntarme el nombre. Después me desmayé”, señala.Fue en esas horas, cuando recuperó la consciencia, que los médicos le dijeron que ya no había más nada que hacer. El dolor de Patricia no puede explicarse con palabras: sus lágrimas y un silencio que se hace eterno resumen la pena y la bronca de aquella mala noticia. Pero entonces apareció su propia fuerza interna, la de su familia y, sobre todo, la de Andrés Correa, su esposo, quien no descansó hasta conseguir el traslado de su pareja a la clínica Santa Lucía de Buenos Aires.“Hemos padecido la burocracia de la salud, porque tardamos cuatro días en conseguir el traslado. Nadie quería firmar la derivación, nadie quería hacerse cargo”, sostuvo Andrés, periodista radial de reconocida trayectoria.Por eso, porque al dolor por su mujer se le sumó otro calvario, el del sistema de salud, Correa siente la obligación de agradecer. “Estamos agradecidos a la doctora Navarro, de la Federación de Clínicas, y al doctor Díaz, del Santa Lucía. Ellos agilizaron todo y permitieron que Patricia pueda ser atendida en uno de los centros de mayor complejidad del país”, lanza el hombre, rehén como casi todos los que vivieron una situación similar.Manos anónimasHasta ahora, las autoridades no tienen detenidos por el gravísimo hecho, que se repite constantemente en la zona, como relata Andrés (ver nota relacionada). La familia Correa no puede creerlo y pide justicia. Por lo que le pasó a Patricia y por lo que puede llegar a pasarle a otros.“Yo pido justicia por mí y por un montón de gente que quizás no sufrió el daño que yo sufrí, pero que también fue atacada. Y pido que se haga algo, porque por culpa de esta gente que yo llamo inadaptados, nosotros, gente trabajadora que todos los días la peleamos, tuvimos que sufrir todo esto”, reclama Patricia con los ojos llorosos. Todavía no sabe quién fue. Quién le hizo eso. Quién la privó de volver a trabajar en el maxikiosco que había abierto semanas atrás en el centro de Garupá, un sueño en el que había depositado todas sus esperanzas y que ahora podría quedar trunco.Pese a todo, Patricia aún tiene fuerzas para agradecer. Aunque ya no podrá volver a ver como antes, es consciente de que aquella cobarde agresión estuvo a centímetros de acabar con su vida. “Eso es lo que me da fuerzas para continuar. Que todavía puedo disfrutar con mi esposo y mis hijos. Que la pérdida de la vista quizás sea algo ‘mínimo’ si lo pensás desde ese punto de vista”, finaliza. Y los ojos se le vuelven a humedecer. “Si no son capaces de dar seguridad, entonces que den un paso al costado”Conmovido por lo que le sucedió a su esposa, Andrés Correa cuestionó la labor de las autoridades policiales. “Pese a la repercusión que tuvo el caso, hasta hoy no se hizo nada. Hay una inacción total de la Policía, de la gente que tiene la decisión de la seguridad. Entonces, si no son capaces de dar seguridad, que den un paso al costado”, sostuvo Correa, a la espera de respuestas que no llegan por parte de las autoridades.El hombre agregó que “a un mes y medio no hay detenidos y tampoco una solución de fondo. Y no me quedo con eso, tiene que haber responsables”, y aseguró que en la última semana hubo otros dos nuevos casos, según le comentaron sus propios vecinos.“A mí me duele mucho contar lo que vivimos en Buenos Aires, cómo la gente se sorprendía, porque tiene otra imagen de Misiones. Y creo que esa imagen es la que tenemos que defender, pero estamos tapando la realidad, porque nos estamos asfixiando con la soga de la inseguridad. Esto está creciendo constantemente”, alertó Andrés, quien deseó que se haga algo antes de que se lamente una muerte: “Ojalá no ocurra un hecho fatal en la zona, porque estos delincuentes siguen operando”.





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