JARDÍN AMÉRICA. Cipriano Villaverde (59) aún recuerda como si fuera ayer la imagen de uno de sus hijos cuando fue a buscarlo a la comisaría. “Tenía golpes por todos lados, apenas podía caminar. Ver a un hijo así es lo más doloroso”, le dice a PRIMERA EDICIÓN antes de quebrarse.Las lágrimas del herrero fluyen con la misma intensidad que el relato de Claudio (26), uno de sus hijos. Él fue uno de los detenidos en la “razzia” decretada tras el ataque a la comisaría de Jardín. El joven asegura que fue apresado arbitrariamente y que ni sabía lo que había pasado cuando lo aprehendieron. Lo rebajaron y golpearon, aunque la peor parte se la llevó Fernando, su hermano de 21 años, ese que quedó tan maltrecho que a su padre, de sólo recordar la imagen, se le inundan los ojos.“Nosotros estábamos trabajando en el taller del fondo de casa, cenamos, nos bañamos y fuimos al centro para hacer tiempo, porque teníamos que buscar a mi hermana menor de una fiesta de la escuela”, cuenta Claudio. Eran las 21.15 del jueves 19 de septiembre. Unas dos horas antes, mientras estaba en su casa, los manifestantes habían atacado la comisaría.El muchacho cuenta que habían salido con su hermano menor y otros dos amigos con los que incluso habían cenado, en casa. Al llegar al centro, por la avenida Libertad, repentinamente una camioneta sin identificación se detuvo frente a ellos. “No sabíamos qué pasaba, parecía un robo. Frenaron de golpe, se abrieron todas las puertas y bajaron como diez policías, escopeta en mano. Nos ‘atrincheraron’ contra la vidriera y nos subieron a golpes a los cuatro”, recuerda sobre el inicio del calvario.Claudio asegura que los policías ni siquiera les pidieron documentos y que jamás les dijeron por qué los llevaban detenidos. “En la camioneta iban encima nuestro, nos pisaban y pateaban, hasta que llegamos a la comisaría de Jardín. Ahí nos bajarona las trompadas. Cuando entramos había un mundo de chicos llorando, gritando, atemorizados”, cuenta, y añade que “eran como 50, la mayoría menores, de entre 13, 14 y 15 años. Parecía un infierno”.Sobre los vejámenes que sufrieron, el muchacho asegura que los desnudaron a todos y que a los más chicos les hacían saltar ‘de rodillas’ o permanecer en cuclillas. “Cuando me ingresaron junto a una celda con mi hermano, había unos 15 adolescentes tirados en el piso, boca abajo, temblando, llorando y gritando, y donde daba la cara de ellos, todo gas pimienta”, señala, en una verdadera sesión de tortura.El mayor de los Villaverde asegura que todos pasaron la madrugada de la misma manera, entre golpes, amenazas y escarmientos de los efectivos policiales.“Recién a eso de las 7.30 del viernes empiezan a llamar a todos de a uno. Mayores eramos como 16, después eran todos menores. Y muchos todavía seguían ‘cobrando’. Nos hicieron pasar a una oficina y ahí nos tomaron las huellas digitales y los datos. En ese lugar, había uno que nos golpeaba y nos decía ‘mirame bien, porque yo soy el que te va a matar’”, rememora.Alrededor de las 10, finalmente fueron trasladados a Puerto Rico. Al menor de los Villaverde lo llevaron a la comisaría seccional Primera. A Claudio, a la Segunda. “De entrada nos siguieron ‘verdugueando’, aunque con el cambio de la guardia ya fue otro el trato”, aclaró.Durante el cuarto día de detención, Claudio y el resto de los apresados fueron trasladados al Juzgado de Puerto Rico. Allí se les practicó un examen psicofísico y después radicaron ante la fiscalía una denuncia por apremios ilegales. Después, de regreso a la comisaría hasta el día siguiente, cuando finalmente fueron liberados. En total, fueron cinco días tras las rejas “sin comerla ni beberla, porque nos ‘levantaron’ a nosotros y a muchos pibes sanos que habían salido a buscar a la novia del colegio, que habían salido de trabajar o que habían ido a comprar para cenar. Pibes santos que ni siquiera sirven para insultar”.Claudio regresó de Buenos Aires hace pocos años. Por el tono con el que habla, él y su padre están seguros de que la Policía apuntó contra él cuando se dijo que habían sido detenidos integrantes de organizaciones de izquierda que no eran de Misiones. “Pero ellos nos conocen, si hasta hicimos trabajos de herrería para ellos. Es cierto que mi otro hijo, el de 21, nació en Ciudadela, pero vive acá desde 2005. Los propios policías lo conocen”, explicó Cipriano, echando por tierra esas versiones.El drama, desde afueraEn libertad, la lucha del herrero por saber qué había sido de sus hijos merece otro capítulo. Porque como lo confirma el propio Villaverde, se enteró de que los dos estaban detenidos recién al día siguiente y gracias a un amigo policía.“Lo primero que pensé es que habían hecho alguna macana, entonces bueno, que se ‘coman’ ahí algunas horas; no sabía lo que estaba pasando”, contó Cipriano, que después de varias idas y vueltas entre la comisaría de Jardín y las dependencias de Puerto Rico, recién pudo hablar con sus hijos el domingo, casi tres días después de que los detengan.“El viernes por la tarde fuimos a la Primera de Puerto Rico. Pedí para hablar con el más chico y me dijeron que recién iba a ser posible el domingo”, narra Villaverde, quien después supo por qué no querían que lo viera.Las razones iban a quedar al desnudo el domingo. “Volvimos y cuando lo ví, Fernando apenas podía caminar de los golpes que tenía…”, alcanza a lanzar Cipriano antes de quebrarse en lágrimas. La imagen que revolotea en su cabeza debe ser fuertísima: era su propio hijo, moribundo, molido a palos. “Sentí mucha impotencia, ganas de patear todo”, recuerda.El herrero pide que se investigue a todos los policías involucrados en los apremios ilegales y dice que no alcanza con el descabezamiento y traslado de los altos mandos de la Unidad Regional IX. “A esos tipos tienen que darlos de baja, sin trabajo ni sueldo. Tienen que ir presos, son lacras humanas”, subraya Villaverde sobre la sensación de que el “castigo” de las autoridades provinciales, en realidad, no fue tal.“Si el gobernador sabe de esto, no tiene que seguir en su cargo. Porque a él lo ha votado el pueblo para que mejore la calidad de vida de todos los misioneros. ¿Y de esta manera lo hace? ¿Golpeando a los pibes, que son el futuro de la provincia? Ni siquiera en l
os gobiernos de facto me tocó vivir algo así”, sintetiza, con una última idea, tan dura pero real al menos luego de lo que sucedió en Jardín: “no deberían ser llamados policías. Todavía quedan resabios de la dictadura. El traslado no sirve, deberían ir a juicio y pagar por todo lo que hicieron con los pibes”.





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