Se cuenta que hace muchísimos años, cuando Dios y San Pedro recorrían el mundo a caballo para ver cómo andaba, llegaron al claro de un bosque, detuvieron las cabalgaduras, se apearon, desensillaron y se tendieron a descansar. La noche era oscura y el bosque, tupido. A eso de la medianoche oyeron música que venía de un rancho que se hallaba más allá de la gran arboleda. San pedro, que hacía rato que estaba despierto sin poder pegar los ojos, invitó a Dios a ir a ver qué pasaba en el rancho, qué se festejaba con tanto entusiasmo. Dios, que tampoco podía dormir, aceptó la invitación.- Vamos -le dijo- No sé por qué me parece que aquella musiquita tiene algo de las cosas del diablo.- A mí me parece lo mismo, dijo San Pedro.-Bueno, vamos. Pero primero prendé un fueguito, para que nos podamos guiar a la vuelta.San Pedro juntó un poco de leña y encendió fuego. Ataron bien los caballos, se emponcharon y se fueron hacia donde sonaba la música.A poco de andar, vieron el rancho bien iluminado.¿No te dije? -comentó Dios- Estas son cosas del diablo. Hay muchas almas que el trompeta se quiere llevar al infierno y hace que se pierdan con la bebida, con el juego y con el baile. Le vamos a dar una lección a este pícaro. Entraron, provocando una gran sorpresa. Inmediatamente cesó la música, las parejas que bailaban dejaron de hacerlo y los miraron azoradas. El diablo, que andaba con un damajuana de vino invitando a todos, al verlos escondió la damajuana bajo su poncho negro, y casi en puntas de pies salió por la puerta de atrás. Y decía, mientras corría: ¡Ya vinieron éstos a deshacerme el negocio, cuando lo tenía todo preparado! ¿Qué se creerán estos dos santulones? ¡Ah, pero no se la van a llevar de arriba!Corrió adonde estaban los caballos de Dios y de San Pedro, los desató y los alejó del lugar para que se perdieran en la noche. Se sacó el poncho y con toda rabia le pegó un ponchazo al fuego, apagándolo. Pensaba que así Dios y San Pedro no encontrarían e camino de regreso.Pero una chispita de lumbre, una burbuja de luz, voló en el aire y se posó en el árbol más cercano. El diablo enroscó la cola en la nuca y salió disparando.La estrellita de fuego, como llevada por el viento, se alejó en procura de los caballos. No tardó en darles alcance y entonces trazó un giro de luz delante de ellos, con lo que les indicaba el camino de regreso.Así los volvió donde estuvieron. Luego se dirigió al rancho y como una estrellita del cielo fue guiando a Dios, a San Pedro y a todos los que estuvieron en el rancho hacia el campamento.Al llegar, la chispa, convertida en pájaro, se asentó en los hombros de Dios y Él le acarició la cabeza encendiéndola de luz. Así nació a la vida la Brasita de fuego y así anda por los montes con su luz de atardecer, iluminando los senderos.El Brasita de fuego (Coryphospingus cucullatus) es un pájaro que mide entre trece y catorce centímetros de longitud, cuenta con un llamativo copete semioculto rojo brillante, la rabadilla y la parte ventral son rojo carmín, la hembra es más pálida y no tiene el copete como el macho.Suele encontrárselo solo o agrupado. Es de carácter nervioso, asustadizo e inquieto. Se aparea entre septiembre y febrero y no es muy territorial en época de reproducción, por lo que no tiene problemas de agruparse con tres o cuatro parejas sin tener conflictos. Habita bosques, sabanas, selvas y matorrales, es bastante terrícola y las veces que pudimos avistarlo siempre fue en pastizales que bordean caminos rurales. La Brasita de fuego es conocida también en algunas provincias con el nombre de bolita de fuego (que se refiere a su color); en Corrientes se la llama hija del sol o solcito, en guaraní guirá tatá (Pájaro de fuego). En Argentina se lo puede ubicar fácilmente en las provincias de Misiones, Corrientes, norte de Buenos Aires, norte y centro de Córdoba. También se encuentra en Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú, Paraguay, Guyana y Surinam.Como casi todas las aves de llamativo plumaje, esta especie sufre cierta presión de captura con fines comerciales, no al extremo de otras porque no es un pájaro muy cantor. Bibliografía: Villafuerte, C. 1978. Aves argentinas y sus leyendas. Tapiales. Buenos Aires.





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