APÓSTOLES. (Por Sergio Alvez). La reciente tragedia que dejó como saldo ocho tareferos muertos y varios heridos evidenció por enésima vez a partir de una fatalidad, un contexto que en Misiones es cotidiano y que fue largamente denunciado, con todo tipo de manifestaciones e informes a lo largo de las décadas, pero con especial énfasis a partir de la sanción –en 2011- de la nueva ley nacional que regula el trabajo agrario. Informalidad, explotación y trabajo infantil son sólo algunas de las características que revisten a una mayoría de los entre 15 y 20 mil tareferos- no hay estadísticas actualizadas y completas- que habría en el territorio provincial. Estos mismos padecimientos ya sufrían los primeros cortadores de yerba mate que tuvo la región, llamados a finales del siglo diecinueve, los mensú. El término, del guaraní, es una derivación del castellano “mensual”, en alusión a la temporalidad de la paga. Primera explotacionesyerbateras: 1875“A partir de 1875 se habilita la extracción de yerba mate en las selvas de la margen oriental del Paraná, ubicadas en el actual territorio de Misiones, a las que se suman las del Mato Grosso brasileño” reseña en su libro, “Cosechando yerba mate. Estructuras sociales de un mercado laboral agrario en el nordeste argentino” (2012), el investigador apostoleño Víctor Rau. En este libro se cita a José Elías Niklison, un inspector del Departamento Nacional del Trabajo que en la segunda década del siglo veinte escribió y publicó informes sobre las condiciones de vida y trabajo en los enclaves productivos del norte argentino. “Los que por primera vez se lanzaron a la conquista de la selva, lo hicieron, con el único propósito de enriquecerse pronto y escapar a sus miserias. Eran hombres rudos, obsesionados por el lucro. Reclutados por ellos los peones de Corrientes, en las Bajas Misiones y en Paraguay, las cuadrillas que los acompañaron en los trabajos iniciales fueron semi salvajes. A esos peones se los condujo por todos los medios, a la producción desmedida dentro del costo mínimo. Era la manera de amasar fortunas en breve término. En el cálculo de ganancias de los empresarios entró, pues, el salario reducido, la alimentación escasa y las abrumadoras jornadas impuestas a los trabajadores, y después, entró también la substracción que se realizó por medio de proveedurías deshonestas, de injustas multas, de videntes estadas al peón”, escribió Nikilson ya en 1914. Los investigadores Eduardo Bitlloch y Horacio A. Sormani, en el trabajo “Los enclaves forestales de la región Chaqueño-Misionera” (1997), aportan que “las primitivas explotaciones de yerba mate se instalaban donde los descubierteros o conocedores de la selva encontraban manchas de yerbales silvestres, información que vendían a los interesados en extraer el producto. Los asentamientos yerbateros y madereros estaban vinculados entre sí y con el resto del mundo, en la gran mayoría de los casos, sólo por vía fluvial. Por el río se desplazaban las provisiones, llegaban los trabajadores y se despachaba la producción. El transporte de la yerba mate se hacía, usualmente, mediante tropas de mulas. A la picada maestra confluían las maestrillas o secundarias, y a estas, los piques. Al principio, estos establecimientos se ubicaron sobre ambas márgenes del alto y medio Paraná, el alto Uruguay y el Paraguay. En algunos casos precedieron y causaron el avance de la frontera, y se fueron alejando de los ríos a medida que se afirmaba el proceso de ocupación de la tierra”. Ayer los mensú, hoy los tareferosEl libro de Rau dedica un capítulo entero a analizar la existencia de aquella clase de trabajadores conocidos como los mensú. “La existencia de una clase de individuos desposeídos de medios de producción y de vida propios, y carentes de lazos de sujeción personal, es el resultado de un proceso desarrollado en la sociedad. El examen de la figura del mensú y del sistema de producción instaurado por el capital comercial en el frente extractivo altoparanaense dejará ver que, para que un mercado de trabajo libre exista, no es suficiente con la existencia de una población desposeída junto con la de un sistema jurídico-político destinado a regular el trabajo asalariado. Como condición fundamental, habrán de existir también instituciones reguladoras de índole social, que coordinen los intercambios mercantiles de la fuerza de trabajo” analiza el libro. Diversos estudios sugieren también, la importancia de la figura del “enganchador”, que era el agente intermediario que reclutaba la fuerza de trabajo para vincularla con algún patrón demandante de esa fuerza que entonces, se canalizaba a través de los mensú. Es decir, algo aproximadamente similar a la figura que hoy en el universo de la tarefa se conoce como “contratista”. En 1894 se publica el libro “Segundo viaje a Misiones por el Alto Paraná e Iguazú”, obra de Juan Bautista Ambrosetti, se incluye una copia de lo que en aquella época de los mensú se conocía como “formulario de conchabo”, que era el contrato que unía al mensú con la figura del patrón. Se aprecia, cómo el peón empezaba el vínculo adquiriendo deudas con el patrón por adelantos económicos y en mercadería. Se lee en parte de la cláusula: “el peón se compromete a pagar los adelantos de ya sea en dinero o mercaderías que recibiese de su patrón en los trabajos generales de yerbales o en cualquier otro trabajo que su patrón le ordenare (…) el patrón se compromete a abonar al peón quince centavos por cada arroba de hoja verde overeada y cinco centavos por cada arroba que tostare en el barbacoa”. Para el investigador Víctor Rau, este sistema de “conchabo”, sujetará al trabajador a “una relación de peonaje o esclavitud por deudas con el empleador”. Si se compara esta situación laboral con la que atraviesan hoy la mayoría de los tareferos, hay similitudes en cuanto a la marcada precarización. Incluso, hoy en día el peón muchas veces no firma papel alguno, y todo se desarrolla en la más absoluta informalidad, manteniéndose las condiciones de explotación y magros salarios, características que ya padecían los mensú. Sabido es que buena parte de la mano de obra explotada en los albores de la producción de yerba mate en Misiones provenía de pueblos aborígenes, situación que hoy se sigue report
ando en casi las 99 comunidades mbya que existen en la provincia. Rau aporta que “la denominación tarefero, identificación actual del asalariado cosechero de yerba mate, se extendió en la provincia a partir de la tercera y cuarta década del siglo veinte, eso es, luego de la prohibición de la actividad extractiva en los yerbatales naturales y contemporáneamente con el avance de la colonización agrícola”.Sobre las condiciones de trabajo de los tareferos desde aquel periodo fundacional hasta el presente, hay un arsenal de material escrito, incontable cantidad de testimonios y registros, expedientes judiciales y actas laborales, movilizaciones y protestas sociales, que marcan a las claras- como lo desnudó el accidente ocurrido hace algunos días-, que la explotación que nació con el origen mismo de la cosecha de yerba mate, todavía se mantiene firme en nuestra provincia. Un reciente e incompleto estudio de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) –no incluyó localidades claves como Apóstoles- también expuso claramente las condiciones de explotación que padece el sector. Norma Figueredo, coordinadora general del estudio, indicó al sitio Argentina Investiga, que “la realidad de los tareferos la conocemos todos; es un trabajo marginal, mal pago, tenemos toda esa información desde el imaginario pero nunca fue sistematizada desde el punto de vista científico. La finalidad de este registro es tener una documentación de todos los tareferos, para que en el futuro no exista ningún trabajador de la cosecha de yerba mate en negro. El hecho de que esté registrado se traducirá en que se pueda controlar. Es un registro que permite localizar al tarefero en su domicilio”. “En general, en toda la población se vio mucha crudeza, pero sobre todo en Andresito”, detalló la coordinadora, y agregó: “El 53% de los tareferos de la localidad Jardín América está registrado en el Renatre. El 47% no tiene ninguna cobertura. La mitad de los trabajadores nunca realizó aportes jubilatorios; si se tiene en cuenta todas las consecuencias de salud que trae la tarea, se hace evidente la desprotección en la vejez. Otro de los datos indica que el 53% de las 3 mil personas relevadas en Jardín América no cuenta con cobertura de salud y de los 776 hogares, sólo 608 tienen letrinas”.El estudio, que se encuentra en una tercera parte del relevamiento, alerta sobre la situación de marginalidad y exclusión que sufren los trabajadores. Ya fueron relevadas 18 localidades de la provincia, 4.927 tareferos, 3.926 hogares y 17.736 personas. Las estimaciones, hechas en base a la cantidad de kilos de hoja verde que se cosechan, arrojan el número de 15 mil tareferos.Para realizar el relevamiento, un equipo técnico de la Universidad, integrado por 72 personas de distintas carreras, construyó un formulario de 114 preguntas. El trabajo de campo se realizó de manera coordinada con intendentes, informantes locales, los mismos tareferos y líderes sociales de cada lugar. El relevamiento, permitió identificar además, que el 50% comenzó a tarefear entre los 5 y los 14 años y más de la mitad aprendió con sus padres. La edad promedio de iniciación en la tarefa es de 13 años. A pesar de que estos datos fueron divulgados por la Unam hace más de un año, desde el gobierno provincial no se generó ninguna acción concreta para atacar la problemática del trabajo esclavo con efectividad.





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