Patricia Couceiro
Máster en Constelaciones
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Ser feliz es, ante todo, una cuestión de coraje. No se trata de un estado fortuito ni de un golpe de suerte: es una decisión diaria. Las mismas razones que nos invitan a sentir alegría pueden, muchas veces, ser las que nos empujan a la tristeza.
El desafío consiste en dejar de pensar en términos de blanco o negro, de polarizar nuestros pensamientos y animarnos a elevar la conciencia hasta encontrar un punto más amplio, un punto elevado de conciencia, más integrador. Un lugar donde alegría y tristeza no se excluyen, sino que conviven como parte natural de la experiencia humana.
Las dificultades que atravesamos suelen presentarse como obstáculos, pero en realidad funcionan como motores de evolución. La vida es una sucesión de acontecimientos, movimiento constante entre los opuestos: día y noche, expansión y dolor, aciertos y errores. Nada permanece estático. Así como el amanecer sucede inevitablemente a la oscuridad, nuestros acontecimientos personales también oscilan entre polos opuestos. Esa dinámica no es un fallo del sistema: es el sistema mismo.
En ese baile entre lo positivo y lo negativo, nuestro verdadero trabajo consiste en encontrar el punto neutro. No en el sentido de la indiferencia, sino como una posición interna desde la cual podemos elegir no reaccionar desde el conflicto, sino desde la conciencia. Ese punto neutro nos permite ver que cada crisis es, al mismo tiempo, una oportunidad. Un renacer. Una invitación a revisar nuestra mirada y transformarla.
Cada obstáculo habla de una expansión pendiente. Aquello que nos contrae, que nos frena o nos duele, no aparece para castigarnos: aparece para impulsarnos a dar un salto. La vida, una y otra vez, nos muestra las zonas donde necesitamos romper barreras para volver a conectarnos con el flujo del amor, con el movimiento natural de la existencia.
Bendecir cada experiencia -incluso las más desafiantes- es un acto de madurez interna. Elegir el amor en lugar del conflicto no es ingenuidad: es evolución. Porque detrás de cada vivencia, siempre hay un nuevo puente hacia nuestro crecimiento personal.
La felicidad no es un destino. Es una práctica, una mirada y, sobre todo, una valiente decisión cotidiana. Elegir como camino de evolución el amor en vez del conflicto es un desafío que espero que, como humanidad, podamos enfrentarlo.








