La celebración, este 8 de septiembre, tiene un sabor agridulce en la tierra colorada. En el Día de la Agricultura, el campo misionero exhibe una contradicción dolorosa: el clima acompaña, las lluvias han vuelto, las plantas crecen y la producción promete. Sin embargo, en las chacras, la sensación no es de festejo, sino de asfixia económica. “Económicamente, el productor misionero hoy está en el horno”, sentencia sin rodeos Wilmar Müller, productor hortícola y tesorero de la Asociación de Interferias.
La voz de Müller representa a miles de agricultores que ven cómo su esfuerzo se diluye en una cadena comercial que no los reconoce. El problema, explica, no está en la tierra ni en el cielo, sino en los números. “La producción agropecuaria está con un valor muy bajo. Y yo creo que eso responde a una decisión política: ni el trigo, ni la mandioca, ni el tabaco tienen precio”, afirma en diálogo con la FM 89.3 Santa María de las Misiones.
El ejemplo más elocuente y doloroso es el de la yerba mate, el producto emblema de la provincia. Müller propone un cálculo sencillo y revelador que cualquier consumidor puede verificar en la góndola. “Históricamente, para saber el precio justo de la hoja verde, se dividía el valor del paquete por seis. Hoy un paquete de primera marca ronda los 5.000 pesos, con un promedio de 3.000. Eso debería darnos un pago de 500 o 600 pesos por kilo de hoja verde para el productor”. La realidad, sin embargo, es otra. “Hoy se nos paga apenas 250 pesos. No sabemos quién se queda con la diferencia”.
Esa diferencia abismal entre lo que se paga en el campo y lo que cuesta en la ciudad es el epicentro de una crisis que se expande como una mancha de aceite por toda la economía provincial. “Si el productor no vende, no vende la estación de servicio, no venden las agencias de autos, no se cambia la camioneta. Se genera una crisis económica general”, advierte Müller, describiendo la parálisis de un engranaje que depende enteramente del motor agrícola.
Desregulación y un mercado a la deriva
Según el referente de los feriantes, la situación comenzó a agravarse hace dos años y medio, pero los últimos dos fueron “catastróficos”. La causa, apunta, es la desregulación del mercado. “En Argentina siempre estuvimos acostumbrados a que el gobierno marque la pauta. Al desaparecer esa regulación, los precios se vinieron abajo”, analiza. Sin un árbitro que establezca precios de referencia, los productores quedaron a merced de la especulación de eslabones más fuertes en la cadena de valor.
El impacto es visible. “Muchos cubren la tierra con tinglados porque no da para producir. Los productores están ganando miseria”, lamenta. La diversificación productiva, tantas veces mencionada como una salida, choca con la realidad. El café, una alternativa explorada, fue descartado por las heladas. La mecanización para cultivos extensivos como la soja o el maíz es inviable por la topografía y los costos.
Las ferias francas, ese pulmón de la agricultura familiar que conecta directamente al productor con el consumidor, tampoco son inmunes. Si bien Müller asegura que “hay buena producción”, el bajo poder adquisitivo de la gente ha reducido drásticamente el consumo.
“Se vende lo justo para el puchero, como decimos. Antes, un feriante se capitalizaba con la cosecha de yerba y con la feria cubría los gastos diarios. Hoy eso no alcanza”.
A pesar del panorama desolador, la resiliencia del productor misionero se impone. Müller y sus colegas ya preparan la fiesta anual de las ferias en Jardín América para el 17 y 18 de octubre. Será un evento austero, hecho a pulmón.“No necesitamos tantos recursos, los productores se rebuscan”, asegura con orgullo.
El objetivo es simple, pero fundamental: mantener viva la esencia de un colectivo que se niega a desaparecer. “Queremos juntarnos una vez al año, compartir, elegir a la reina y olvidarnos un poco del mal momento”.
Müller cree que la crisis puede revertirse, que la historia es cíclica. “Calculo que en uno, dos o tres años esto va a cambiar, porque así no se puede seguir”. Mientras tanto, en el Día de la Agricultura, los productores de Misiones siguen trabajando la tierra con esperanza, esperando la cosecha que finalmente les haga justicia.




