Aunque muchos conductores creen controlar sus actos tras beber, el alcohol altera funciones clave del cerebro, distorsionando la percepción del riesgo y multiplicando el peligro en las rutas.
“Puedo manejar, tomé solo un poco”, “conozco el camino de memoria”, “son unas pocas cuadras”, “voy despacio”… Son frases tan repetidas como peligrosas. La conducción bajo los efectos del alcohol sigue siendo una de las principales causas de siniestros viales graves en Argentina y, más allá de las estadísticas, lo que está en juego es la percepción del riesgo: el juicio alterado que lleva a miles de personas a tomar decisiones fatales al volante.
¿Qué es la percepción del riesgo?
La percepción del riesgo es la capacidad de reconocer una situación como peligrosa y actuar en consecuencia. En la conducción, implica evaluar el entorno, anticiparse a imprevistos y tomar decisiones seguras. Esta capacidad depende de procesos mentales como la atención, el juicio, la coordinación y el tiempo de reacción.
El alcohol, enemigo del juicio
Numerosos estudios confirman que incluso pequeñas dosis de alcohol afectan la atención, la percepción visual, el tiempo de reacción y la coordinación motora. Pero tal vez lo más alarmante es su efecto sobre la autopercepción: los conductores ebrios suelen sentirse confiados, subestimando los riesgos reales, se adueñan de una falsa sensación de control y desinhibición y esto lleva a tomar decisiones que una persona sobria jamás tomaría.
Como una de las principales consecuencias del consumo de alcohol es la inhibición de la corteza prefrontal, responsable del juicio crítico y la autorregulación, la persona pierde la capacidad de reconocer sus propios límites.
El deterioro cognitivo incluye: falta de autocrítica, subestimación del peligro y toma de decisiones impulsivas. Afecta además al cerebelo, responsable del equilibrio y la coordinación y al hipocampo, que preserva la memoria inmediata y la capacidad de atención.
El acto de conducir exige la plena integración de funciones cognitivas, sensoriales y motoras. Cualquier sustancia que interfiera en estos procesos convierte la conducción en una práctica de alto riesgo.
Alteración de los sentidos:
la falsa confianza del conductor ebrio
1. Vista:
El alcohol reduce la agudeza visual, limita la visión periférica, genera visión borrosa y dificulta la adaptación a cambios de luz. También hay una reducción del campo visual pues se pierde visión periférica, lo que aumenta el riesgo de no ver peatones, ciclistas u obstáculos, y se generan problemas para percibir profundidad o velocidad de otros vehículos.
2. Audición:
Se afecta la discriminación auditiva, especialmente en ambientes complejos (ciudad, autopistas). Disminuye la capacidad de percibir señales sonoras del entorno.
3. Coordinación motora:
El alcohol altera la sincronización entre estímulo y respuesta. La ejecución de maniobras se vuelve torpe e imprecisa, y los movimientos son más lentos o descoordinados. Esto implica también dificultad para mantener el volante recto o para frenar a tiempo.
4. Tiempo de reacción:
Aumenta notablemente el tiempo entre la percepción de un peligro y la reacción del conductor. Este retraso puede significar varios metros recorridos a ciegas.
• Un conductor con 0,5 g/l de alcohol en sangre (límite permitido en muchos países) puede tener un tiempo de reacción un 20% más lento.
• A 0,8 g/l, se pierde casi por completo la capacidad de mantener la trayectoria del vehículo en línea recta.
• A partir de 1 g/l, se presentan fallos en la interpretación de señales y en la respuesta a estímulos visuales y auditivos.
Conducir bajo efectos del alcohol implica una contradicción fisiológica: se espera rendimiento óptimo de un sistema alterado. Hay una pérdida de la autoconciencia. No es que el conductor ebrio no vea el riesgo: es que su cerebro ya no lo puede reconocer como tal. La persona no solo se ve afectada, sino que no es consciente de su deterioro funcional.
El problema no se reduce al hecho objetivo de beber y manejar, sino al subjetivo de creer que se puede manejar después de beber.
Los estudios en neurociencia, psicología del tránsito y ergonomía coinciden en que no hay consumo de alcohol seguro cuando se trata de conducir. Las habilidades necesarias para responder a situaciones de riesgo se ven comprometidas desde los primeros niveles de alcoholemia.
Los sentidos engañan, el juicio se nubla y el riesgo se vuelve invisible. No se trata solo de respetar la ley, sino de preservar la vida: la nuestra y la de quienes nos rodean.
Misiones, una provincia con alto flujo turístico, enfrenta un doble desafío: proteger a sus visitantes y concientizar a sus ciudadanos.














