La confianza es la raíz silenciosa de toda sanación. No se impone, ni se simula: se cultiva. Desde la perspectiva de la ecosanación, el terapeuta no se erige como figura que domina el saber, sino como puente vivo entre lo humano y lo más profundo del orden natural.
Las constelaciones sistémicas impulsadas por Bert Hellinger nos enseñan que cada ser humano ocupa un lugar dentro de sistemas amplios -familiares, territoriales, espirituales- y que el reconocimiento de ese lugar es fundamental para la sanación. Esta visión se entrelaza con los avances en neuropsicología relacional que evidencian que el cerebro es profundamente vincular: regulamos nuestras emociones a través de conexiones seguras, donde el cuerpo participa activamente como mediador. En ese marco, la activación del nervio vago -que conecta el sistema nervioso central con órganos como el corazón y los pulmones- favorece estados de calma y apertura afectiva que permiten que la inteligencia emocional se manifieste como una integración neurocorporal y no solo como una habilidad cognitiva.
Cuando el terapeuta sostiene coherencia interna, se fortalece la confianza interpersonal y se estimula la neuroplasticidad prosocial: la capacidad del cerebro para crear nuevas redes vinculadas al cuidado, la empatía y la percepción ampliada de los más de 35 sentidos que usamos para decodificar el mundo. Así, el vínculo terapéutico se convierte en territorio fértil donde el carácter se afina, los dones emergen y la sanación fluye desde la presencia hacia el alma.
Ganar confianza como terapeutas no es conquistar al otro, es sostener con presencia nuestros propios valores: la verdad, el respeto, el silencio interior, la coherencia. Los hábitos sanos y los valores nobles no solo nos alinean internamente, sino que pulen el carácter, lo hacen permeable, justo y confiable. Esta madurez del ser es la que permite que emerjan los dones: capacidades naturales que no se enseñan, pero sí se revelan cuando hay coherencia entre el sentir, el pensar y el actuar.
La neurociencia afectiva ha confirmado que más de 35 sentidos internos nos permiten decodificar el mundo: interocepción, propriocepción, percepción térmica, sentido del tiempo, orientación, presencia energética, entre otros. Estos sentidos no operan solamente en la dimensión fisiológica, sino que se activan en espacios rituales, de silencio, de contacto con lo vivo. Desde allí, el terapeuta puede percibir no solo lo dicho, sino también lo implícito, lo ancestral, lo excluido del campo (Van der Kolk, 2021).
En el acto terapéutico ecosanador, el cuerpo del terapeuta se convierte en antena y tambor: decodifica y resuena. Las constelaciones sistémicas aportan herramientas para ver lo invisible, para honrar el pasado sin quedar atrapado en él, para liberar a las generaciones futuras del peso que no les pertenece.
El movimiento hacia el orden y el asentimiento al destino que proponen las constelaciones, tiene un correlato neuropsicológico en el equilibrio entre los hemisferios, la regulación del sistema límbico, y la activación del campo prefrontal que permite actuar con discernimiento.
Para un terapeuta, cultivar la confianza es reconocer que la sabiduría no está en las técnicas sino en la calidad del vínculo, en la humildad para sostener procesos sin interferir, y en la entrega serena al misterio del alma. Confiar también es despojarse de la urgencia de resultados, y abrir espacio para que lo esencial se revele.
Por eso, en este camino, cultivar hábitos diarios como la contemplación en la naturaleza, la escucha activa, la palabra justa y el silencio nutritivo, no son ornamentos. Son parte de una ética del cuidado que convierte al terapeuta en territorio fértil para la regeneración.
Anahí Fleck
Magister en Neuropsicología. 0376-154-385152








