Hay momentos en que nuestra alma se calla por completo, se queda quieta, se acurruca y permanece en silencio. Nuestra alma queda muda cuando estamos ante un momento fuerte, una noticia inesperada que lo cambia todo, o cuando el cansancio extremo nos hace encontrar paz en el silencio. Este estado no es permanente, pero es necesario.
Cuando tenemos el alma muda, es cuando algo nos sacudió tan fuerte, que lo desordenó todo, “se nos quemaron los papeles” como se dice, y es momento de empezar de nuevo.
Sin embargo, nuestra alma necesita su proceso, encontrar las fuerzas para poder hablar, por eso, se ha quedado muda.
Es en el silencio, en la calma, donde nuestra alma se reconstruye para volver al mundo, para recuperar su voz, y encontrar nuevas palabras. Tomarnos ese tiempo, permitirnos sentir ese silencio, bajar el ritmo y darnos tiempo a recomponernos.
Todos los acontecimientos llegan a nuestra vida con un propósito, pero muchas veces, irrumpen repentinamente y nos dejan el alma muda. Cuando nos damos tiempo a procesar, y nos entregamos a nuestro poder supremo confiando en que nada llega a nosotros que no seamos capaces de manejar, de apoco y a su ritmo, las piezas se acomodan.
Nuestra alma encuentra maneras de salir adelante y despacito, comienza a hablarnos, a incitarnos a levantarnos, a dar pequeños pasos, a seguir creyendo que todo ocurre para nuestro bien. Nada cambió y todo cambió, porque pasamos del silencio absoluto, de no saber como seguir, a ver una luz en el camino, y sentimos otra vez la vocecita de nuestra alma que nos invita a darnos una oportunidad, a no rendirnos jamás.
Y no se trata de grandes cosas, solo pequeños pasos, que nos digan que estamos de pie, que no nos rendimos, que vamos a seguir caminando porque estamos vivos. Y mientras escribo esto, se me viene a la mente unas palabras que le escuché decir a Rorro Echavez: “Empieza pequeño, hazlo fácil, hazlo diario”.
Natalia Moyano
Contadora con
corazón de escritora
IG: @marianataliamoyano








