El desarrollo del cerebro infantil es el resultado de la interacción entre factores genéticos y ambientales. La primera infancia constituye un período crucial en este proceso, ya que durante esta etapa el cerebro es especialmente sensible a las influencias del entorno. Y aunque tradicionalmente se piensa en el cuidado como responsabilidad exclusiva de madres y padres, cada vez se reconoce más el valor de las redes de cuidado que acompañan la crianza.
Abuelos, tíos, vecinos, docentes, amigos de la familia y adultos cercanos suelen ser parte fundamental de una trama afectiva que sostiene, estimula y protege a los niños. Un estudio realizado en el Área Metropolitana de Buenos Aires por la consultora Kantar en febrero de 2025 -sobre 300 casos de padres, madres y cuidadores de niños de 0 a 6 años- reveló que el 70% de las parejas deja a sus hijos al cuidado de un familiar, mientras que solo un 21% recurre a niñeras rentadas. Este último porcentaje se da con mayor frecuencia en los niveles socioeconómicos más altos y asciende al 29% entre las parejas más jóvenes.
La frecuencia más común de este cuidado es de dos o tres veces por semana, seguida por un apoyo ocasional, y en solo el 19% de los casos se trata de un cuidado diario. Entre quienes crían hoy, seis de cada diez recuerdan haber sido cuidados en su infancia por un familiar, amigo o empleada, principalmente por compromisos laborales de sus padres. La mayoría recuerda esas experiencias con sensaciones positivas de seguridad, felicidad y calma.
Estudios recientes confirman que el cuidado no parental es cada vez más frecuente a nivel global, especialmente por parte de abuelos en países de ingresos bajos y medios. Incluso, algunos especialistas proponen entender la crianza como un proceso cooperativo, más allá de la díada parental, que integre a familiares, vecinos y maestros.
Una investigación publicada en Frontiers in Psychology asocia estas redes a un mayor bienestar subjetivo en la adultez, ya que enriquecen la experiencia infantil y actúan como factor protector frente a situaciones adversas, fomentando resiliencia, autoestima y habilidades sociales.
“En un contexto en el que las estructuras familiares han cambiado, el empleo de ambos padres se ha vuelto frecuente y la esperanza de vida se ha extendido, las redes de cuidado se vuelven cada vez más relevantes en la crianza durante la primera infancia”, explicó María Roca, doctora en Psicología e investigadora del CONICET. “Estas redes pueden ser formales como jardines maternales y centros de cuidado infantil, o informales como abuelos, tíos, vecinos y amigos que acompañan en la crianza”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que los niños necesitan ambientes que promuevan salud, nutrición, seguridad, afecto y estimulación temprana. Como no siempre es posible garantizarlo desde un único hogar, compartir la crianza -de forma formal o informal- puede marcar la diferencia.
Para Roca, “las redes de cuidado no sólo proporcionan modelos de interacción y aprendizaje para el niño, sino que también alivian el estrés de las personas adultas a cargo, favoreciendo un entorno más estable y sensible. El apoyo social protege, previene riesgos y promueve hábitos y valores. Además, la interacción con distintos adultos y niños enriquece el desarrollo cognitivo, social y emocional”.
Quienes en su niñez accedieron a adultos significativos fuera de su núcleo familiar tienden a mostrar mayores niveles de bienestar emocional en la adultez. Estas figuras amplían los recursos para vincularse, resolver problemas, enfrentar frustraciones y reconocer emociones, funcionando como modelos alternativos que enriquecen el mundo del niño y fortalecen su autoestima.
La evidencia también muestra que estas redes son fundamentales para la salud mental de quienes crían. La sobrecarga, el agotamiento y el aislamiento pueden deteriorar el vínculo con el niño, mientras que una red de apoyo reduce el estrés, disminuye la ansiedad y mejora la capacidad de respuesta sensible. En la encuesta de Kantar, siete de cada diez personas reconocieron que contar con redes les permite trabajar; y cuatro de cada diez indicaron que alivian su carga emocional, benefician a toda la familia y fortalecen los vínculos con la persona que cuida.
Aunque a veces cueste delegar, la evidencia científica indica que el cuidado no parental complementa y no reemplaza el rol de madres, padres o cuidadores principales. “El acompañamiento de otros adultos significativos fortalece y vuelve más sostenible en el tiempo el rol de quienes crían”, subrayó Roca.
La crianza se enriquece con interacciones cotidianas: una canción, una mirada amorosa, una conversación durante un paseo. En el relevamiento, padres y cuidadores coincidieron en que lo más importante en el cuidado infantil es prestar atención, dar cariño, compartir tiempo de calidad, jugar y educar en valores.
El desafío, coinciden especialistas, es reconstruir la idea de comunidad alrededor de las infancias, entendiendo que todos -desde el lugar que ocupamos- podemos ser parte de una red que nutra, contenga y acompañe.
“Desde el principio, el aprendizaje ocurre en el marco de las relaciones con otros. Acciones cotidianas como una sonrisa, el contacto visual o una canción compartida pueden ser tan importantes como una buena alimentación o los controles de salud”, concluyó Roca.
Fuente: Agencia de Noticias NA





