Por: Marisa Suana Biechteler
En la provincia de Misiones, donde la selva y los pantanos se encuentran en armonía con la naturaleza, se cuenta la historia de un joven llamado Tekú. Era un joven valiente y sabio que vivía en una comunidad guaraní, en el corazón de la selva misionera.
Hijo de uno de los valientes guerreros de la tribu, no siempre seguía los lineamientos de su pueblo, que establecían el total respeto hacia la naturaleza y hacia sus pares.
En ocasiones, se dejaba llevar por sus impulsos -quizás por la juventud- y causaba disturbios entre los jóvenes, llegando muchas veces a peleas por razones banales.
Recibía reprimendas de los adultos y entonces salía monte adentro, a deambular solitario por días o semanas. Allí se dedicaba a la caza o a la pesca, pero no siempre únicamente para el consumo, según establecían las normas de su comunidad. Lo hacía con el afán de salirse de las reglas y mostrar su espíritu rebelde.
Un día, Tekú caminaba por la selva y se encontró con una anciana guaraní que estaba recogiendo plantas medicinales. Era la curandera y la guardiana de los saberes de los espíritus de la cura. Todos acudían a ella, de aldeas cercanas y lejanas, cuando algún mal les aquejaba, ya fueran físicos o del alma.
Vivía sola en una pequeña choza, donde preparaba y guardaba las medicinas, esperando a quienes necesitaran de sus brebajes preparados con distintas especies extraídas del monte, o de sus hechizos y conjuros.
Era muy respetada y querida por todos. Tekú, esto no lo sabía. La anciana le pidió que la ayudara a llevar las plantas a su hogar, que se encontraba en una zona pantanosa cercana al río Paraná. Tekú aceptó, pero se quejó repetidas veces y se mostró impaciente. La anciana se dio cuenta de su actitud y decidió enseñarle una lección.
Mientras caminaban, le contó historias sobre la creación del mundo y de la importancia de vivir en armonía con la naturaleza. Le mostró cómo las plantas y los animales estaban interconectados, y cómo cada acción podía afectar el equilibrio.
La anciana también le habló sobre la importancia de cuidar la diversidad de especies naturales de la provincia de Misiones, como el pino Paraná, el cedro, el lapacho y tantos más; además de proteger a los animales que estaban en peligro de extinción, como el yaguareté y el tapir.
Le dijo que la deforestación, el monocultivo y el uso de agrotóxicos serían prácticas que dañarían la diversidad de la naturaleza. Todo esto ocurriría con la inminente llegada del hombre blanco y su desaforada necesidad de usar los recursos naturales con el fin de suplir sus demandas abusivas de poder y riqueza.
También le habló sobre la importancia del cuidado del agua, ya que los humedales y los pantanos son fundamentales para la vida y el equilibrio del ecosistema. Le dijo que es importante conservar el agua para las generaciones futuras. Tekú se dio cuenta de que lo que la anciana le decía era realmente importante.
Cuando llegaron a la zona pantanosa, la anciana se detuvo y miró a Tekú con ojos brillantes. Le dijo que había estado probando su corazón, y se dio cuenta de que tenía un corazón bueno y un espíritu solidario. Luego tocó la frente del joven con su bastón y le dijo: -Te doy el poder de convertirte en el Aguará Guazú, el guardián de la selva, los pantanos y protector de los humedales-.
De repente, Tekú sintió un cambio en su cuerpo. Empezó a transformarse y pronto se encontró en cuatro patas, con un pelaje rojizo. Era el Aguará Guazú, símbolo de sabiduría y protección.
Una vez convertido, se organizó con los demás animales de la selva, y entre todos fueron protectores del medio ambiente del monte misionero.
El Aguará Guazú conservó la capacidad de comunicarse con los seres humanos, y les invitó a trabajar unidos en la protección de la selva y sus habitantes. Así lo hicieron, y desde entonces, todos viven en armonía. “Mborayhu ha joaju” (amor y unión).





