Seis décadas y monedas, en un tiempo donde las historias de amor son en demasía, fugaces y pasajeras, Juan Alberto Gómez y María del Carmen Silvero, de 85 y 82 años respectivamente, se alzan como testimonio viviente de un vínculo que desafió al tiempo, las crisis y vivió en la salud como en la enfermedad. Esta pareja, que acaba de cumplir 63 años de casados, comparte “toda una vida” que arrancó en el profundo Garupá del año 1962 y luego mudó su historia de amor a la calle Martín Fierro al 2527 de Posadas, adonde llegaron tras casarse. En diálogo con PRIMERA EDICIÓN, y donde más de uno dirá “¡qué aguante!”, ambos dieron testimonio de que el amor puede resistir al tiempo.
“Fue amor a primera vista”, asegura María del Carmen, que por entonces había regresado de Buenos Aires para pasar unos días en su tierra natal. “Nos vimos de paso un día, después fuimos a bailar juntos y ahí empezó el amor”. Juan, nacido en Santa Inés y criado en Garupá, recuerda con exactitud el momento: “Salí caminando por el pueblo y la vi bajando con su hermana por la calle, esa fue la primera vez y la he visto así de paso nomás, ya tenía la referencia y sabía que no se me escapaba la próxima vez”, confiesa entre risas Juan. “Quedó loco” agregó María del Carmen riéndose.
Ella tenía 19 años, él apenas unos años más. La conexión fue inmediata y a los pocos días volvieron a cruzarse, esta vez en el “legendario” salón de Santa Inés, donde bailaron un chamamé llamado “Mi pañuelo”, que hasta hoy recuerdan como la canción que marcó el inicio de su historia. “Desde ese baile, no nos desapartamos más”, relatan al unísono.
Como es de imaginarse, las reglas de la época eran otras y como a sus nietos, relataron algunas historias increíbles hoy día. “Mi suegra nos acompañaba al baile con linterna en mano. No salíamos solos hasta el día de nuestro casamiento”, recuerda Juan, con una mezcla de ternura y picardía. A los 11 meses de conocerse, ya estaban casados. “Fue tan poco tiempo… hoy las parejas tardan años en decidirse, pero nosotros lo sentimos así”, agrega María.
El día del casamiento fue un 14 de julio de 1962, a pesar de que la libreta del Registro Civil no muestra lo mismo. En el documento, figura que el casamiento fue un día antes, el 13, sin embargo, ellos aseguran que fue el 14 y quien redactó las páginas, se confundió. En los diálogos de sobremesa, siempre recuerdan aquel día con ternura: “Fue todo en un mismo día. Civil al mediodía, después iglesia, comida en familia, empanadas, y por la noche, baile hasta las 2 de la mañana. No hubo luna de miel porque se gastó todo en la fiesta y la ropa, pero fuimos felices igual”, cuenta María con una sonrisa.
Tiempo después, tuvieron dos hijos, Carlos y Virginia Gómez, y son abuelos de cinco nietos, Franco, Yésica, Agustina, Gastón y Bruno. “Todo lo que tenemos es una bendición. Lo construimos de a poco, con respeto, trabajo y amor”, afirma Juan. La clave, aseguran, fue siempre la complicidad. “Compartimos los gestos simples, el mate, las risas, el respeto… eso nos mantuvo juntos todos estos años”.
La vida de casados
Luego del casamiento, comenzó la vida en común. Juan y María recuerdan aquellos primeros tiempos como un peregrinar. “Al principio alquilamos una casita, no teníamos prácticamente nada, pero lo compartíamos todo”, dice Juan, con la serenidad de quien ha recorrido un largo camino. “Fue difícil, pero nos bancamos. Coincidíamos en todo, teníamos mucho respeto y amor entre los dos. Eso fue lo que sostuvo los 63 años juntos”. Poco después llegó su primer hijo, y más tarde la segunda. María se dedicó a la crianza, mientras Juan trabajaba a sol y sombra para sacar adelante el hogar. “No era como ahora, todo era más tranquilo, más simple. Dejábamos que nuestros hijos se divirtieran, se junten con amigos, fueran a bailar. Pero siempre con respeto”, rememoran.
Él trabajaba en un taller que se encargaba de fabricar baterías en Posadas, desde los 14 años. Una vez que se casaron, ella se dedicó al cuidado del hogar y la crianza de sus hijos. “Nos vinimos a vivir a Posadas, primero en avenida Uruguay y después compramos nuestra casa actual con mucho sacrificio. El patrón de Juan lo ayudó, porque lo quería mucho”, relata María, mientras repasa los detalles de su vida de esfuerzo y de gratitud.
Una vez que se mudaron por Av. Martín Fierro, Juan abrió su propio taller de armado de baterías, y ella abrió su propia mercería, lo que hoy podríamos decir una pareja de emprendedores. Con el paso de los años, la situación se complicó y tuvieron que cerrar, pero la vida les presentaría otra oportunidad, esta vez ligada a los números. El 63, en el libro de los sueños de la quiniela, significa el casamiento, y vaya que tiene relevancia en esta historia porque Juan y María atendieron por muchos años la Subagencia de Quinielas Nº 219 que funcionaba en el mismo domicilio de su vivienda, incluso ya jubilados.
La historia demuestra un amor incomparable, multifacética, pero que como en todas las relaciones hubo roces y días malos. Sin embargo, aseguran que la relación nunca estuvo en duda. “Nunca pensé en separarme. Acá estamos, gracias a Dios”, dijo María del Carmen, quien ante la pregunta sobre el secreto para un amor tan duradero, no dudan: “Respeto y amor. Confianza mutua. Si uno empieza mal, termina mal. Por eso siempre dijimos: vamos a hacer lo imposible por estar bien, por vivir bien”.
También recuerdan con alegría sus años compartidos con amigos y familia, entre juegos de cartas, billar y charlas que se extendían hasta el amanecer. “Tuvimos una vida tranquila, buena. Y agradecida. Agradecemos a Dios por los hijos, por los nietos y por darnos la posibilidad de llegar hasta acá juntos”.
A los 63 años de casados, Juan y María aún se miran con la misma complicidad del primer baile y como si sonara de fondo aquel chamamé. “Yo lo amé siempre y la sigo amando. Doy gracias por todo lo que hizo y hace por mí”, dijo ella, visiblemente emocionada. Por su parte, él recordó un duro momento que vivió recientemente, cuando su amada tuvo un inconveniente de salud y paso días internada en el hospital local: “Cuando estuvo enferma, sufrí como nunca. La adoro una barbaridad. Toda una vida juntos, toda la vida. Y que Dios nos dé más”, pidió Juan.
Su historia, tejida con esfuerzo, amor sincero y gratitud, demuestra que el verdadero amor no solo resiste al paso del tiempo, sino que se fortalece con él. Y que, en tiempos de inmediatez, vale la pena escuchar a quienes construyeron el amor día a día, desde lo más profundo y humano, con compromiso y respeto por el otro. “Espero poder llegar al final, bien”, cerró María del Carmen.











