Héctor Horacio “Chiquito” Dalmau, murió ayer jueves 10 de julio a los 86 años. Fue muchas cosas a lo largo de su vida: maestro de escuela en la selva misionera, intendente de Campo Ramón, diputado nacional por el peronismo, dirigente gremial, deportista, funcionario ambiental, denunciante de la corrupción. Pero sobre todo, fue un hombre sencillo que nunca se despegó del pueblo del que venía.
Nació en Concordia (Entre Ríos), el 22 de abril de 1938, pero hizo historia en Misiones. Desde muy joven se instaló en Campo Ramón, donde ejerció como maestro rural en condiciones precarias, con pizarrones de madera, aulas improvisadas y caminos de tierra. Allí fundó una familia, formó parte del gremio docente, redactó el primer Estatuto del Docente de Misiones y fue elegido intendente en 1973.
Su liderazgo y honestidad lo llevaron lejos. En 1974 fue convocado por Juan Domingo Perón para intervenir políticamente en la provincia, en un contexto complejo tras la trágica muerte del gobernador Irrazábal. Cuando Perón murió, Dalmau siguió cumpliendo con su rol institucional, con una convicción que lo acompañaría hasta sus últimos días.
En 1983 fue electo diputado nacional, y reelecto en 1987. Desde el Congreso defendió causas sociales y ambientales con la misma pasión con la que había defendido a sus alumnos en la escuela rural. Promovió la Ley 23.879, que exige la participación ciudadana en obras que afecten los ríos interiores, y fue uno de los primeros políticos argentinos en hablar de crisis ambiental con profundidad y datos concretos.
En los 90 fue designado Subsecretario de Ambiente Humano de la Nación, pero no duró mucho: denunció públicamente a María Julia Alsogaray por el manejo de los fondos para la limpieza del Riachuelo, y renunció a su cargo. La historia le dio la razón años después, cuando Alsogaray fue condenada por corrupción.
También tuvo tiempo para la cultura, la escritura y el deporte. Fue jugador y técnico de fútbol y básquet, campeón con la selección misionera en 1977. Escribió libros premiados como El país de los ríos muertos y Represas sin pérdida de soberanía, que aún hoy se citan en debates sobre la energía y el agua.
Nunca perdió la ternura ni la humildad. Fundó la Fundación José y Cleria Dalmau, que gestionaba traslados a hospitales para pacientes sin recursos, y organizaba paseos para niños y abuelos con un colectivo propio. Siempre estuvo cerca de quienes no tenían voz.
Sus adversarios lo respetaban, sus vecinos lo querían, sus exalumnos lo recuerdan como “el maestro que no faltaba nunca, aunque lloviera o no hubiera camino”. Su vida fue atravesada por las luchas sociales, la coherencia y el compromiso. En Campo Ramón, su pueblo, una avenida lleva su nombre desde hace años.
Hoy, Misiones entera lo despide. Se va un militante de la vida, un maestro de selva, barro y convicción, que creyó en la política como herramienta de transformación, y que jamás traicionó a los humildes.








