Un reciente informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA) reveló que durante 2024 el 35,5% de los niños, niñas y adolescentes del país atravesó situaciones de inseguridad alimentaria. Aún más preocupante: el 16,5% lo hizo en su forma más grave.
El estudio, elaborado por el organismo académico con sede en Buenos Aires, estima que unos 4,3 millones de menores en todo el territorio argentino enfrentan dificultades para acceder a una alimentación adecuada, y una proporción significativa lo hace en condiciones severas.
Tras la difusión del informe, la nutricionista Florencia Córdoba analizó los datos en diálogo con FM 89.3 Santa María de las Misiones y explicó las implicancias que tiene esta situación, especialmente en la salud de los chicos de Misiones y del país.
“La inseguridad alimentaria afecta de manera negativa en los niños y adolescentes. Según el informe de la UCA, un 34% de los niños padeció inseguridad alimentaria. De ese 34%, hubo un 16% que padeció inseguridad alimentaria grave. Pero, para entender la inseguridad alimentaria moderada es cuando el niño disminuye la cantidad de lo que consume. Las porciones empiezan a ser más chicas o de repente desaparece la cena en la mesa de la casa, eso es la inseguridad alimentaria moderada”, comenzó explicando k
Acto seguido añadió: “La inseguridad alimentaria severa, es cuando el niño ya no come y pasa varios días sin comer”.

Consecuencias que impactan en todos los planos
Durante la infancia, el cuerpo necesita nutrientes no solo para crecer físicamente, sino también para procesos vitales como la atención, el aprendizaje, la respiración e incluso la función cardíaca. “Por eso, la malnutrición afecta muchísimo tanto a corto como a largo plazo”, remarcó la profesional.
Consultada sobre si la falta de nutrientes puede desencadenar enfermedades, Córdoba fue contundente: “Sí, totalmente. Como refleja el informe, esto no es algo nuevo: es un problema que se arrastra desde hace tiempo y hoy se hace más visible. Es probable que la mesa de muchas familias sea rica en harinas pero pobre en proteínas como carne, huevos o leche, que son claves para el crecimiento”.
Entre las primeras señales de alarma, indicó la especialista, se observan descensos de peso. Pero los efectos a largo plazo también son serios: “Puede haber un acortamiento de la estatura”.
“El cuerpo, al no recibir alimentos, prioriza el uso de los pocos nutrientes disponibles para las funciones vitales: respirar, que el corazón lata, ver. Pero no destina energía al crecimiento en altura. Entonces, con los años, tenemos personas adultas con talla baja, producto de una desnutrición sostenida durante la infancia”, explicó.
Entonces, añadió que “después con el pasar de los años tenemos niños, personas ya adultas con estatura cortada. Pero eso tiene que ver con una desnutrición sostenida en el tiempo y sobre todo en la infancia”.

¿Alcanzan las políticas públicas?
Consultada sobre si hacen falta ajustes en las políticas alimentarias, Córdoba reconoció que hubo avances importantes, sobre todo con la incorporación de nutricionistas en organismos públicos. Sin embargo, aclaró que la realidad cotidiana plantea desafíos estructurales.
“Cuando se entrega una caja de leche a un niño, lo más probable es que termine siendo compartida con toda la familia. No se destina exclusivamente a ese chico que necesita recuperar peso. Esa es una de las dificultades”, señaló.
Además, advirtió sobre la importancia de garantizar condiciones de higiene e inocuidad. “Si el alimento llega a una familia que no tiene agua potable, puede derivar en cuadros de diarrea o vómito, que terminan empeorando el estado de nutrición”.
La especialista también destacó que el problema no es solo la disponibilidad de comida: hay factores estructurales que influyen en la malnutrición. “Hay que mirar más allá del alimento en sí. La malnutrición es el resultado de un conjunto de causas que se deben abordar de forma integral”, sostuvo.












