A lo largo de la historia Argentina fue percibida como un país pujante, que crecía a la sombra de sus ricos recursos naturales y humanos.
La política y la economía fueron herramientas que, en un determinado lapso, construyeron a una Nación orgullosa de sí misma y de lo que podía proyectar. Paradójicamente esas mismas herramientas, en manos de inexpertos a veces y otras tantas de inescrupulosos, deconstruyeron el país que supimos celebrar.
Pobreza y desigualdad es lo que se percibe hoy desde fuera, mucho más allá del retorno al mundo que nos intentan hacer creer a fuerza de los nuevos discursos que reemplazan a las cadenas nacionales.
De última y como dato de la realidad, lo que el mundo nos ofrece hoy sin preguntar es escandalosa deuda a futuro al tiempo que se cierran mercados fundamentales para las economías regionales.
Una vez más, como tantas otras antes, quienes lo prometieron y tienen la responsabilidad de sacarnos adelante emplean las herramientas de la política y la economía para favorecer a muy pocos en detrimento del todo.
Y ya no lo vemos solamente quienes lo padecemos, lo perciben incluso los que reclamaban que Argentina volviera al mundo.
A grandes rasgos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) aludió recientemente a la escasa productividad y el bajo nivel de empleo de la economía que produce una brecha en el PBI per cápita inferior al de los principales países que integran el organismo.
Dice el documento que los niveles de pobreza y desigualdad se mantienen altos -según los criterios de la OCDE-, lo que contribuye, junto con la escasa calidad de la educación, a una baja movilidad social.
La pobreza no es un dato nuevo en la deconstrucción del país. Pero conviene abordarla siempre para recordarles a aquellos que promocionaron nuevos y mejores vientos que el drama no se resuelve con discurso. De otra manera estamos frente a un nuevo tipo de cadena nacional.
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