Se dice que cuando un forastero emprende un viaje por el Sahara es como si se zambullera en el mar sin saber nadar. Durante siglos, los tuareg -pueblo grácil, altivo y paciente han vivido en las caravanas que atraviesan las rutas del Sahara de Tunes a Gao y de Tlemcen a Tombuctú. En una ocasión participé de una caravana, y viví breve tiempo en un poblado nómada erguido sobre la arena.Allí daba la impresión de que las construcciones eran provisionales. Sin embargo, por extraño que parezca, el sentido hogareño de quienes las levantaran se antoja muy firme; como si estos "nómades", fueran cuerpos con casas, que llevan dentro de sí mismos todos los elementos que integran el hogar, capaces de establecerlo en cualquier sitio. Una noche, los brillantes Pléyades formaban un círculo sobre nuestras cabezas, como doncellas de luminosos ojos envueltos en trajes de terciopelo, mientras la Vía Láctea trazaba una aureola gris y vulnerable sobre la cabeza de la veda nocturna intensamente azul. Por ahí, en la oscuridad, manos invisibles empezaron a palmear intensamente un tam-tam. Las lenguas vibraban con peculiares gritos agudos. Las voces cantaban. Siguiendo el ritmo me acerqué a la ronda de nómades, mar de ondulantes túnicas azules y negras que se opinaban en la arena.Atraída por la música, me uní al grupo observando a los nómades mientras cantaban y bailaban sobre la palma de lo infinito. Y vi a un pueblo perfectamente adaptado a su ambiente. Un pueblo que sabía bailar con las estrellas. Sentada allí, en la noche del desierto, miré aquellos ojos: de pronto, las estrellas polares parecieron estar a mi alcance. Mis pies empezaron a seguir la cadencia del tam-tam y en ese instante me sentí en casa.HaikuNoches serenaslos ojos se me ahondancontando estrellas.ColaboraAurora Bitó[email protected]
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