La efeméride fue establecida por el Congreso nacional en mayo de 2009 para recordar aquella fecha de 1983 en la que se celebraron los primeros comicios libres y democráticos en el país después de siete años de dictadura. Aquel 30 de octubre, Raúl Alfonsín se convirtió en el primer candidato radical que pudo vencer al peronismo, y lo hizo por un amplio margen: obtuvo el 52% de los votos contra el 40% del Partido Justicialista encabezado entonces por Italo Luder.Pero más allá de los nombres electos o no, la importancia de ese día radica en que volvieron a ser las urnas, como expresión de la voluntad popular, las encargadas de determinar a nuestros gobernantes cuando habían pasado siete años desde el último golpe de Estado, el que derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón. “Si tenemos un 24 de marzo, incluso feriado nacional, para recordar la pérdida de la democracia, cómo no vamos a tener una celebración del día en que la recuperamos”, argumentaron en su momento los impulsores de esta efeméride que hoy, a 34 años de aquellas históricas elecciones, nos encuentra en un contexto inédito para el país: el período de estabilidad democrática más largo de la historia argentina.Un proceso que hace apenas unos días, el domingo 22 de octubre, se ratificaba con unos comicios legislativos desarrollados en paz y en perfecto orden independientemente de las agresivas (y hasta vergonzantes) campañas previas, “grietas” y discursos más o menos vehementes de vencedores y vencidos.En este contexto, hay mucho para festejar, sin duda, respecto a la “democracia formal”; pero también otro tanto que reflexionar sobre la “democracia real”. Por empezar, cabría preguntarse por qué, después de casi tres décadas y media de relativa estabilidad institucional, ni siquiera estamos cerca de que se cumpla aquel viejo y célebre axioma de Raúl Alfonsín -que también cumple 30 años- de que “con la democracia se cura, se come y se educa”.
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