La irrupción de las redes sociales como herramienta de comunicación interpersonal, y sobre todo su crecimiento exponencial como vía de información primaria para los argentinos, deja virtualmente sin efecto la mencionada “veda”. Es que las normas electorales “tradicionales” no aplican en su mayoría para la Internet y eso deja “descubierta” una porción cada vez más amplia del mapa político cotidiano.Ayer se vio claramente el contraste entre el “apagón” analógico de propuestas y consignas de campaña, y el “ruido” mediático de todos los candidatos que aprovecharon esa “tierra de nadie” en la que se convirtieron las redes sociales para tratar de arrimar la mayor cantidad de agua a su molino apenas unas horas antes de los comicios.Sin olvidar que Internet es mucho más permeable que las vías de comunicación “tradicionales” a lo que se suele conocer como “campaña sucia”, es decir, la promoción de la candidatura propia sin pedir el voto para uno mismo, sino mediante la denigración de los postulantes rivales, de forma explícita o apelando a símbolos o alusiones emblemáticas como la corrupción, el ajuste o -en esta elección en particular- el caso Maldonado. En este marco, el punto de discusión, que se replica en muchos puntos del planeta a medida que crece la conciencia sobre el poder de Internet y las redes sociales, es cómo legislar para cerrar esta “brecha” entre la comunicación electoral analógica y la digital.Algunos apuestan a extender a esta última la normativa vigente para la primera, aunque los intentos realizados hasta ahora se chocan con barreras tecnológicas que resulta complicado salvar. Otros apuntan a lo contrario: a resignarse a ir dejando de lado prohibiciones como la difusión de encuestas o las consignas partidarias, que, al quedar desactualizadas con respecto a los usos y costumbres cotidianos, en la práctica se han vuelto casi “hipócritas” porque lo que no se puede hacer por un lado sí se puede hacer por otro.La segunda opción exigiría, en último término, confiar más en la responsabilidad y la capacidad del electorado para “inmunizarse” ante las “viejas prácticas” de la política. ¿Está preparada Argentina -y los argentinos- para eso? He aquí la cuestión.
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