Señora Directora: El periodo preelectoral parece ser el preferido de los gobernantes para encarar obras pendientes y que, reclamadas por años, siempre se las dejó para una mejor oportunidad. Esta afirmación se evidencia cuando cada dos años, en los meses previos a las elecciones, se activan obras públicas olvidadas. Tal el caso, por ejemplo, de los arreglos de calles que se intensifican en este tiempo, aunque quepa reconocer que vinieron continuándose, aunque a media máquina, durante todo el periodo intercomicial.Las molestias que provocan estas obras esperadas (y muy necesarias) también se incrementan en razón de que se encaran simultáneamente múltiples tareas en distintos puntos, donde es necesaria la interrupción del tránsito u otras medidas restrictivas que afectan a los vecinos. Doble o triplemente si los trabajos son realizados en varios puntos y generan un desorden mayor en el tránsito a lo que hubiese sido si se trabajase de forma paulatina.Pero lo mío no es una crítica de quien ve en todo propósitos espurios –bienvenidas sean las obras, cualquiera fuesen éstas–, sino una observación de lo que ocurre como una tradición en la gestión de los sucesivos gobiernos. Al punto que en muchos lugares he oído en torno de ironía que lo mejor para el país sería que las elecciones se hiciesen con mayor periodicidad (dos al año o cada pocos meses) porque así se lograría el bienestar y la infraestructura que cada comunidad requiere y necesita.Aunque haya muchos vecinos que despotriquemos y nos quejemos en voz alta: ¡Bienvenidas sean esas tareas!
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