Señora Directora: La Convención Americana sobre los Derechos Humanos establece en su artículo 4 el Derecho a la Vida. “Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente”. Si partimos que la vida empieza desde la concepción y nos comprometemos a defenderla no podemos legalizar el aborto porque iríamos contra nuestros principios. Hay que honrar la vida defendiéndola, Leonardo da Vinci decía: “Quien no ama la vida no se la merece”. Aristóteles hablaba de potencia y acto para entender el cambio; el embrión es una persona en potencia y como persona debemos cuidarlo hasta que pueda valerse por sí mismo; el hombre existe en tanto posibilidad. La idea de legalizar el aborto es para igualar la condición de la mujer pobre con la que puede pagarlo en una clínica privada con los cuidados y conocimientos que requiere; pero en términos de lo prohibido, sería como permitir la invasión de tierras privadas porque la gente que pasa hambre no tiene tierra para subsistir. No se puede caer en relativismos en términos de vida humana, siempre debemos velar por el más débil. El aborto sería considerado como el daño menor para evitar la muerte de la posible madre en prácticas de aborto por no profesionales. El desafío está en no llegar a esa instancia, hay que dar elementos a los jóvenes con educación y calidad de vida donde pueda valorarse y valorar al otro. Claro que con la filosofía fast food, sexo light y relaciones descartables. ¿Por qué el embrión entraría fuera de esa cosmovisión? El peligro está bajo la idea pragmática de evaluar los resultados prácticos de beneficiar a la mujer que no desea tenerlo, se puede aplicar a otros casos análogos, a enfermos mentales que representan amenazas, a presos peligrosos con pena capital, a malformados, hasta en grupos minoritarios. Se puede caer en ideas extremistas sin quererlo. La idea es quitar al que molesta nuestros proyectos de vida, por eso hay una delgada línea que cuando se pasa, se puede abusar del derecho. Es difícil establecer parámetros morales necesarios para la convivencia. Debemos velar por el más débil porque esto nos convierte en seres humanos, cuidando especialmente de los niños para que no vivan como abortos en vida, ya que todavía tenemos un monte Taigeto inconsciente. ¿Entonces qué hacemos con los embarazos indeseados? Primero, prevenirlos con la anticoncepción; no hay polvos impunes, el sexo es placer, pero también responsabilidad, porque siempre implica alteridad y muchas veces la posibilidad de otra vida. Debe haber educación sexual en las escuelas y en las casas; hay que tener un cajón lleno de preservativos (eficaces contra enfermedades venéreas además), que los padres expliquen lo que significa la relación sexual para prevenir un embarazo indeseado hasta la madurez y libre decisión de la pareja. Pero estamos en tiempos donde no importa la trascendencia, si no vivir el momento sin importar lo que va después; esto se aplica a otros aspectos políticos de la vida como en economía y ecología. Además debe haber un equipo que contenga a la mujer embarazada, donde haya una lista de padres adoptantes dispuestos a recibir al niño que no se está dispuesto a criar, citando en primer lugar al padre fecundador. Lo importante no es donde nace un niño sino el amor que se le brinda. “¡Ama y haz lo que quieras!”, decía San Agustín.
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