“En mi experiencia en las Naciones Unidas, en 30 años nunca escuché un discurso más audaz o corajudo”. Esas palabras corresponden al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, un “halcón” que se sorprendió de los dichos del impredecible Donald Trump, cuando este dirigió su primera alocución ante la ONU. El mensaje del presidente de Estados Unidos iba dirigido directamente a otro “poco fiable”, “personaje” de la política mundial como él, Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte. De forma auténtica, tal como lo fue durante la campaña que lo llevó a Casa Blanca, ni siquiera en ese estrado cambió sus menciones despectivas a sus rivales. Trump tildó de “hombre cohete” a su par norcoreano, por los peligrosos juegos con misiles que tiene a los japoneses en alerta. Ya en dos ocasiones los juguetes de Kim sobrevolaron cielo nipón. “Estados Unidos tiene gran poder y paciencia, pero si es forzado a defenderse y defender a sus aliados, no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte”, exclamó Trump ante el mundo y ante la mirada impávida de su secretario de Estado, Rex Tillerson. “El hombre cohete está en su propia misión suicida. Es el momento en que Corea del Norte se dé cuenta que su único futuro aceptable es la desnuclearización”. Recordemos que Pyongyang (capital y sede del Gobierno norcoreano) forma parte del puñado de países que poseen armas nucleares. Esto se debe a la dinastía de su abuelo y su padre, que apenas se inició la Guerra Fría luego de la Segunda Guerra Mundial, hicieron de Corea del Norte (ideológicamente hablando) un Estado satélite de la Unión Soviética. La Guerra de Corea (1950-1953) que se desató con sus “hermanos” del sur y en la que se involucró Estados Unidos en aquella disputa entre la democracia capitalista y el comunismo, hizo que ese pequeño país, por sobre el paralelo 38 se convirtiera en un aliado de Moscú. A partir de la década del ‘60 bajo el apoyo técnico y tecnológico ruso, empezó a desarrollar su industria nuclear con fines pacíficos. 20 años después comenzaron a desarrollar armas nucleares, como modo de disuadir cualquier intento de Washington y de los países aliados de la región de inmiscuirse en su soberanía. Actualmente, la tenencia y la ostentación misilística de Norcorea amenaza con cargar una cabeza nuclear en esos cohetes. En los últimos 15 años pudieron volar cada vez más lejos. Alarmó al vecindario asiático pero también a lugares más distantes como la isla de Guam, Hawái o inclusive la ciudad de Los Ángeles. ¿Tienen tal capacidad esos misiles, o es nada más que una retórica incendiaria de un joven que se topó con la presidencia hereditaria de su país, tras la muerte de su padre en 2011? La atención “muy diplomática” que le prestó la administración Obama al desarrollo misilístico y nuclear norcoreano, y el contraataque retórico furioso que hace Trump, da la pauta que esa nación de la que poco se sabe, puede ser peligrosa si la molestan. De ella solo se ven imágenes oficiales que, por miedo o convencimiento, sus ciudadanos se muestran con rostros exultantes o cubiertos de lágrimas, vitoreando a su líder. En todo este contexto surge la pregunta ¿Kim Jong-un es realmente un loco que quiere jugar a destruir países, o es alguien muy cuerdo pero provocador, que amenaza, tira misiles al mar y hace pruebas nucleares en su territorio simplemente para sostener su régimen de Gobierno ante la siempre presente intención de Estados Unidos de disciplinar a los países díscolos? Obama comenzó con las sanciones económicas a Corea del Norte por su desarrollo nuclear y sus pruebas misilísticas. Donald Trump las profundizó para evitar que continúe en desarrollo el programa. Pudiera ser que lo que hace Corea del Norte no sea más que desarrollar el músculo militar y exhibir los dientes mientras los Estados Unidos, Japón y Corea del Sur realizan ejercicios militares frente a sus costas. Resulta difícil saber quién fue el que tiró la primera piedra. Para Occidente Corea del Norte es hoy es el villano entre las naciones, mientras que para los norcoreanos los malos son Washington y sus aliados. De dejar a los países vivir en paz, ni hablemos. Cabe recordar que hace 15 años atrás, George W. Bush dio un discurso menos explosivo, pero contundente en la Asamblea General de la ONU. En aquella oportunidad el malo de la película era el líder irakí, Saddam Hussein, quien supuestamente tenía armas de destrucción masiva. El mandatario estadounidense adelantó que la decisión de invadir ese país ya estaba tomada. Solo anunció que si los países aliados no se sumaban iba a ser EEUU por su cuenta el que iba a entrar a derrocar al tirano. Cinco meses después ya estaba conformada la coalición que lanzó la invasión. En marzo de ese año culminó oficialmente la ofensiva, pero nunca se encontraron las armas de destrucción masiva. El verdadero plan quedó develado. Corea del Norte tiene un régimen de gobierno comunista, no democrático, en el que no se aceptan disidentes. Si tomamos las noticias que difunden las agencias occidentales, Kim Jong-un ya mandó asesinar a varios de sus colaboradores y hasta a su propio tío por supuestos complots. Entonces, si tomamos estos datos, estamos ante un asesino, dictador, que posee armas nucleares y amenaza con la destrucción, pues es un villano de la misma calaña que Saddam Hussein. Esa sería la visión construida en el mundo occidental. No está en discusión si son ciertas o no estas versiones, sino en los métodos que utiliza Estados Unidos cuando algún líder se interpone al ideario de la democracia global. Al tener armas nucleares y mostrarse disparando misiles, es lógico que se lo vea como una amenaza. Pero si volvemos a la tesis anterior, tal vez lo que siempre ha buscado el régimen norcoreano es que los dejen en paz con su comunismo. Pero esta postura abre otra interrogante mucho más grande: ¿Los ciudadanos norcoreanos quieren vivir bajo ese régimen o es la única opción que tienen porque no hay forma oponerse?En el mundo solo hay otros tres países bajo el modelo social-económico-simbólico comunista: Cuba, Laos y China. Aunque sobre este último, es difícil afirmarlo, porque hoy es el nuevo adalid del capitalismo global. Este martes pasado se conoció el fallecimiento de Stanislav Petrov, aquel oficial del ejército soviético que se desempeñaba en un centro de alerta temprana para la detección de misiles. En 1983, Petrov detectó en la pantalla del computador que había misiles estadounidenses volando hacia Rusia. Tuvo la audacia de interpretar esas señales como una malfunción del sistema. No comunicó el alerta a sus superiores. Si lo hacía, se habría disparado un contraataque ante una amenaza falsa. Esto hubiera sido un desastre nuclear que habría cambiado
abruptamente la historia del mundo. Aquella Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética terminó, o al menos cambió de formas si se quiere, pero lo que no cambiaron fueron los arsenales nucleares que duermen un sueño pesado mientras afuera suenan ruidos de guerra. El arribo de Trump no hizo otra cosa que subir el volumen de la retórica incendiaria. Cuanto más elocuente es Trump respecto a un ataque, más misiles vuelan y más bombas prueba el régimen de Pyongyang. Si por error o por decisión, Norcorea lanza un misil hacia un blanco aliado, o una base militar estadounidense, literalmente se desatará el infierno en la península coreana. Estados Unidos difícilmente ataque primero, porque sabe que esta vez sí hay un Gobierno que realmente tiene poder de fuego nuclear, no como aquel Irak de Hussein. Y si Washington detecta el lanzamiento de un misil con dirección hacia un objetivo concreto, ya no habrá ningún Petrov que salve la situación. “Si somos forzados no tendremos otra opción que destruir totalmente a Corea del Norte”, dijo Trump en el hemiciclo de la ONU, con amenazas de guerra. Esto hizo acordar a otro mandatario estadounidense, quien en 2006 se había presentado a dar su discurso. Al día siguiente fue el turno del entonces presidente venezolano Hugo Chávez. Este se refirió a su par, George W. Bush, con las palabras: -Ayer vino el diablo aquí. ¡Huele a azufre!Trump no es Bush, todavía no desató ninguna guerra sin sentido. Por ahora solo es un perro que ladra. Pero frente a la reja, Kim no cesa de arrojar piedras. Colaboración:Lic. Hernán Centurión
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