Señor…,dame la capacidad de ver mis errores y así poder enmendarlos. Dame el valor de reconocer mis defectos para corregirme. Dame la calma para no reaccionar airoso, y aceptar con amor la crítica constructiva y distinguirla de aquella que no viene de ti. Hazme estar siempre alerta,para que el orgullo no me juegue una mala pasada y que en las casas de mi mente no encuentre lugar. Hazme cauta,para que mi personalidad no interfiera en la evolución de nadie. Dame la fuerza para doblegar mi ego a mi yo superior que es uno contigo. Porque no quiero más vivir en la dualidad,y con el libre albedrío que me has dadoya tomé la opción del camino único que conduce a ti,y entre todo lo que me mostraste, elegí el amor. Esta sencilla oración, lo que de fácil tiene de pronunciar, difícil es de efectuar. El ver el propio error, ya de por sí es difícil, y más aún el enmendarlo. Para poder efectuar el perdón en cualquiera de sus aspectos, es menester, primero, "el darse cuenta", porque podemos transitar por la vida errando sin poder verlos, pues el ego se ocupa de mantenernos cegados, siendo el orgulloso el que reacciona airoso para defender lo indefendible. Esta es la parte del "conócete a ti mismo", donde debemos reconocer con calma nuestros propios errores y defectos para poder evolucionar. Cada uno tiene su camino de evolución, el cual por ley divina no debemos interferir, sólo podemos con amor poner la semilla del autoconocimiento en el corazón de los hermanos, y el tiempo y el silencio interior hará crecer lo que el Divino cosechará. Hay veces que con el afán de ayudar perdemos cautela y por ejemplo, el contenido de una enseñanza puede ser valiosísimo, pero ser totalmente desperdiciado por la forma, el lugar, o el momento en que se lo dio. El cauto, es aquel que avanza aplicando el sentido común con lo que expande su conciencia y va abriendo las mentes y los corazones de los que lo rodean. Escucha, sopesa, actúa en el momento justo y sólo si es necesario. Su hablar es prudente como su andar, no se precipita a sacar conclusiones; le encanta estudiar las distintas reacciones, propias y ajenas. Disfruta de la contienda cuando el adversario es sabio y no malgasta su tiempo y energía con necios y necedades. Observa la situación, toma distancia y evalúa, pide la protección de Dios y actúa. Para poder poner la semilla de la verdad, hay que primero tocar los corazones y transformarlos para el bien, y esto se logra con el decir dulce, la palabra adecuada, procurando la situación perfecta; iniciando siempre con un mensaje de amor, invocando la presencia del Bien Supremo. De esta manera quedan los oídos prestos a recibir la miel que de tus labios tengas que derramar. Sus mentes se vuelven ávidas de conocimientos nuevos y superiores, aunque ellos contengan partículas que claven en su ego. El bálsamo que tú les has dado, hará que éstas se digieran sin dolor, y los consejos y enseñanzas no se habrán de desperdiciar. Este proceso debe cumplirse, porque el hombre no está preparado para los cambios bruscos. Hasta la próxima queridos amigos y les deseo una feliz tarea de captar mentes y corazones para el amor, donde el ejemplo es el mejor maestro, pues las palabras pueden ser desmentidas por nuestros actos. Al ir “tocando” corazones, se va expandiendo la conciencia colectiva y aunque nos parezca que nuestro accionar es una suave brisa, energéticamente se convierte en un huracán que se multiplica a la enésima potencia, llegando a alturas que nuestra mente es incapaz de dimensionar. Que tengan una ¡buena siembra!ColaboraGraciela del CarmenZaimakis de AbrahamEscritora
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