Salvo los funcionarios del área económica del Gobierno nacional, el leve repunte, que no es tal se si lo compara con los números de un año económico mediocre como 2015, no genera entusiasmo, menos que menos en quienes operan en el mercado interno. El repunte parcial aparece liderado por la construcción, reflejo de la inyección de hormonas a la obra pública en tiempos electorales, receta clásica que ya usó el Gobierno anterior en su último año, aunque sin el éxito esperado. Junto al discurso sobre supuestos “brotes verdes”, el gobierno de Cambiemos instaló la idea de que las elecciones de medio término son un plebiscito de su gestión, y que, paralelamente, el triunfo oficialista es necesario para garantizar la llegada de inversiones al país. Lo cierto es que la sobrevaloración de mejoras aisladas y relativas puede ser efectiva, o no, como táctica electoral, pero en la economía, a la larga se corre cualquier maquillaje y se ven los defectos que se querían ocultar. Recientemente, en el marco de la 14ª edición del Consejo de las Américas, el director Ejecutivo para las Américas de Standars & Poors, Roberto Sifón Arévalo, dejó caer una advertencia. Prácticamente un día después del anuncio del Indec, el directivo señaló que “si no hay mayor crecimiento, dentro de poco la deuda se va a volver preocupante”. La afirmación de Sifón Arévalo tampoco debe ser sobrevalorada, pero pone en su justa medida al insuficiente crecimiento actual, y desoculta una realidad que se deja de lado en el debate. La apuesta del gobierno de Cambiemos a mantener altas tasas de interés para atraer un flujo de divisas hacia negocios especulativos, la llamada “bicicleta financiera”, reinstaló un mecanismo perverso de endeudamiento público.
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