Señora Directora: Escandaliza cada vez que se escucha o se lee sobre las decenas de vidas que se tronchan cada semana en accidentes en calles y caminos provinciales, a las que habría que sumar los heridos y, entre ellos, quienes quedarán con secuelas permanentes. En los últimos años, Misiones es uno de los distritos del país en que proporcionalmente ocurren más muertes por esta causa en el país. En números totales incluso hay jurisdicciones con gran población, como la Ciudad de Buenos Aires, donde la cifras de víctimas son inferiores a las nuestras en que sus habitantes representan algo más de un tercio de aquella. Lo más tremendo es que en esos casos fatales sus causas no están relacionadas con inconvenientes o fallas mecánicas en su mayoría, sino con imprudencias humanas donde el alcohol juega un papel protagónico. En ellas, de nada han servido las normas que establecen restricciones en la alcoholemia para quienes conduzcan, ignoran las prohibiciones e igualmente se sientan tras un volante.Aquí, en nuestra Misiones, es una epidemia que nadie ataca con seriedad y con la aplicación estricta de las normas existentes. No nuevas, porque una mayor severidad en la legislación punitiva de nada sirve si no se la aplica y no se realizan controles.Máxime cuando uno puede escuchar de algunos conductores irresponsables que se burlan y se quejan de éstas, incluidos muchos de quienes tienen la responsabilidad política y social como funcionarios del gobierno. En este caso, es como si hubiese ciudadanos de primera y de segunda, contándolos a estos entre los primeros.Preocupa mucho esa repetición de tragedias viales casi cotidianamente, y más aún cuando las autoridades aparecen carentes de la capacidad y el ingenio necesario como para limitarlas.
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