Sin duda vivimos un tiempo de muchas ansiedades y expectativas, en medio de un año electoral, donde escuchamos muchas propuestas y justificaciones ante actitudes que no apuestan al bien común. Por eso quiero invitarles a reflexionar sobre la verdadera alegría y la paz interior, que nos viene de la fuerza espiritual. Una de las tareas fundamentales para mantener viva la esperanza como persona, es tratar de vivir la alegría interior como alternativa segura que nos permitirá estar siempre abiertos a las novedades de Dios. La verdadera alegría es espiritual, fruto del amor que nos llena el corazón. Esta alegría no significa la ausencia del dolor y el sufrimiento, sino que convive con ellos, además de las cruces cotidianas y las adversidades de la vida. Es estar dispuesto a enfrentarlas con la fuerza interior y con la confianza plena en un Dios providente que siempre busca el bien de cada uno. Es la paz que nos nace de la certeza de haber hecho las cosas, con la mejor intención y de una manera plena, dejando los frutos en manos de Dios.Uno de los factores que nos quitan la alegría y el entusiasmo en la vida suele ser el exceso de apego a nuestra propia persona. Una vida ajustada a nosotros mismos, donde nos ubicamos como centro del universo y adaptada a nuestro propio bienestar, lo que hace que miremos con lupa la propia vida y seguramente encontraremos algún motivo para no estar contentos por nuestra falta de alegría y entusiasmo. Esta falta de alegría y actitud quejumbrosa, hace que encontremos la causa de nuestro malestar en otras personas y situaciones fuera de nosotros mismos. Sin embargo, la verdadera alegría se multiplica en el compartir la vida con generosidad. El egoísmo es otra causa que nos sumerge en la preocupación y la tristeza. El egoísta tiene una personalidad fingida, inventada, que se alimenta de triunfos y éxitos efímeros. Cree que la vida es un escenario en el que él es el actor principal y que toda trama de la vida gira a su entorno. Siente una frágil alegría cuando le dan el gusto y triunfa. También hay personas que solo contemplan su rostro en los ojos de los demás, se ven a sí mismos. La vanidad hace que viva contemplando y gozándose de sí mismo o un circulo pequeño de amistades y familiares; una vida centrada en Yo, mis cosas, mi trabajo, mis triunfos, no pudiendo gozar de tantas bendiciones de Dios. Cuando el corazón se llena de tristeza por el bien ajeno y alegría por la desgracia del otro, decimos que la persona padece de envidia. Se trata de una tristeza que dura más de lo esperado y una alegría momentánea. Son tantas las situaciones de inmadurez que nos van quitando la alegría y la felicidad en la vida y nos transformamos en personas con alto grado de negatividad, lo que sin duda quita el sabor de la vida. Pero cuando el interior de una persona se llena de generosidad, serenidad, amabilidad, gratitud, lealtad y responsabilidad ante las distintas realidades de la vida manifestará alegría y gozo. Son personas que tienen una gran capacidad de aceptación de la realidad y no viven en la superficie, “donde se recibe el embate de todos los oleajes”. Disfrutan del buen silencio, saben admirar, agradecer y procuran hacer amable la vida de los suyos y de sus amigos. Saben escuchar, saben celebrar y saben disfrutar de las pequeñas cosas …Cultivan el buen humor que mejora el ambiente, son oportunos y delicados. En los demás ven personas y son respetuosos de su dignidad, aunque sean distintos o complicados. Corrigen con cariño, no usan la ironía y están atentos a los que sufren. Es un corazón que vive la alegría interior. Y por encima de todo, la cercanía a Dios, los posesiona en un estado de constante alegría, aunque tengan tropiezos y caídas. Creen con firmeza, esperan con confianza y aman con intensidad. Que la confianza en Dios y el sentido de transcendencia mantenga viva nuestra alegría interior y seamos testimonio de un Dios que es amor, gozo y paz. P. Juan RajimónMisionero del Verbo Divino
Discussion about this post