Había una vez, en un lejano país llamado India, un niño nacido en una familia muy pobre el año de la epidemia mundial de gripe, 1918. Creció enfermo y débil. Su padre murió cuando él tenía 9 años. Desde entonces sufrió varias enfermedades como malaria, tuberculosis, fiebre tifoidea y malnutrición. Su nombre era Bellur Krishnamachar Sundaraja Iyengar. Sí, se trata de B. K. S. Iyengar.A los 15 años se fue a vivir con su cuñado, el conocido yogui Krishnamacharya, quien lo formó en la práctica del Yoga. Así fue mejorando poco a poco su salud hasta superar las debilidades de la infancia. Entonces, a los 18 años su maestro lo envió a la ciudad de Pune para enseñar Yoga. Si bien lo favoreció el tener cierto conocimiento del inglés en el trato con extranjeros de Occidente, tuvo que soportar tiempos muy difíciles mientras dedicaba muchas horas por día a desarrollar su práctica, aprendiendo y experimentando diferentes técnicas hasta comprender sus efectos, con el profundo sentido de la disciplina que lo caracterizó toda su vida.A medida que sus métodos mejoraban, el número de alumnos crecía y se fue haciendo más conocido, a pesar de que sus ingresos eran insuficientes para sobrevivir. Hasta que en 1952 entabló amistad con un alumno muy especial y entusiasta procedente de Europa: el famoso violinista Yehudi Menuhin. Así fue como año tras año Iyengar viajaba al viejo continente para darle clases a él, a sus familiares y a muchas más personas que esperaban con fervor sus regresos anuales a las más importantes ciudades europeas, donde sus habitantes pudieron conocer el Yoga y la práctica se fue difundiendo.Considerado en su momento como una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time, Iyengar es reconocido hoy como uno de los más importantes maestros de Yoga. Empleando el profundo conocimiento adquirido sobre el cuerpo y la mente, desarrolló su método basado en la correcta alineación en la postura, que favorece la circulación, expande el espacio interior y equilibra el flujo de energías a favor de la salud y el bienestar; porque el objetivo de las alineaciones es el desarrollo de la conciencia corporal, que luego se refleja en todos los aspectos de la vida. Además, al difundir el uso de elementos de apoyo y ayuda, nos ha mostrado que las posturas implican la exploración, el descubrimiento y el manejo de las relaciones entre las diferentes partes del cuerpo, donde la mente hace de puente entre los movimientos musculares y los órganos de la percepción, conectándolos con el intelecto y propiciando eventualmente el acceso a la conciencia superior.Y eso es lo que nos enseña en sus valiosos libros como Luz sobre el Yoga, El Árbol del Yoga y Luz sobre el Pranayama, destacando la importancia de calmar el caos de emociones en conflicto que nos suele afectar a los occidentales, por medio de centrarnos en el aquí y ahora.Iyengar Falleció en Pune, India, el 20 de agosto de 2014. Namasté. ColaboraAna Laborde Profesora de Yoga [email protected]
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