En este caso, se quiere proyectar como el bono “más largo de la historia” colocado por los bancos HSBC y Citibank, Santander y Nomura, según dejó trascender ayer el Ministerio de Finanzas que conduce Luis Caputo, como una imagen de confianza de cara a las elecciones de medio término. La audacia del funcionario, responsable de un festival de endeudamiento que no termina de sorprender, se comprende si se miran sus antecedentes previos al cargo, al que accedió por simbiosis con los mercados financieros, y las entidades extranjeras en las que actuó; y no por alguna incursión previa en la función de Estado. Según los especialistas, los pocos países que se embarcaron en una colocación a un plazo semejante, a diferencia de la jugada arriesgada del ministro Caputo, que pretende endeudar a los argentinos a una tasa del 8,25% durante un siglo, se aseguraron una tasa razonable, de un 3,5% en promedio. La tasa de corte final, se decía ayer, podría terminar en poco más de 7,50 %, -igualmente alta- y el monto total que se colocaría efectivamente podría ser menor, solo para garantizar “el efecto simbólico” que se busca, aclaró un especialista en mercados financieros, tratando de justificar la operación. Pero más allá de las simbologías destinadas a generar expectativas, y de los argumentos sesgados de analistas cercanos al Gobierno o al sistema financiero; las características de la emisión, aunadas a la situación económica del país y su crónica historia de inestabilidad financiera, generan más inquietud que seguridad o confianza. El sentido común indica que una colocación de estas características se corresponde a un entorno económico-financiero de probada estabilidad, y a un Gobierno capaz de actuar en base a un amplio consenso político. Al ciudadano argentino, expuesto a pagar los costos de una nueva aventura financiera, no le queda otra opción que una sana desconfianza.
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