Señora Directora: “El hombre ha nacido libre y, sin embargo, vive en todas partes, entre cadenas”, decía Jean-Jacques Rousseau. El ser humano inventó el mercado para intercambiar productos y así facilitar el trueque, pero terminó negociando la libertad de otros seres humanos. Al mercado no hay que dejarlo hacer, dejarlo pasar; el estado debe intervenir, porque el mercado lleva la lógica del mayor beneficio al menor costo. El estado, en cambio, piensa en los beneficios asumiendo los costos anteponiendo límites morales con los derechos humanos y con los principios de la equidad, sin la cual no puede haber libertad.Al mercado esto no le interesa porque todo lo ve como una mercancía; en cambió el estado está para que no se negocien con los bienes extrapatrimoniales, bienes inherentes al ser humano. El pueblo judío es un pueblo próspero porque no dudan que Dios nos creo a imagen y semejanza de Él como lo dice la Biblia. Esto le da un halo de divinidad al ser humano que no pone en tela de juicio su autoestima. Pero también nos vuelve iguales, más allá de las diferencias accidentales, no podemos negar el parentesco y la sucesión testamentaria que nos dejo la Biblia, la que implica nacer libre y sin deudas (sin deudas externas), con el derecho a vivir con dignidad, con las tres T, techo, trabajo y tierra…El estado está para lograr un equilibrio entre los intereses de los diferentes grupos dentro de una sociedad, pero debe mediar para que los intereses de algunos no menoscaben los derechos de otros; ahí esta su arte y dificultad. El estado perfecto no existe, por eso cuando te lo prometen desconfía, ve los frutos para reconocer el árbol. La política es el arte de negociar con justicia, quien quiera solo negociar, que se dedique a otra cosa, pero que no desprestigie la inteligencia de los hombres que han forjado las bases de la civilización con su tiempo y sangre.
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