Generalmente, cuando en la vida cotidiana peleamos todo el tiempo y por cosas insignificantes, es porque detrás de estas riñas se encuentra contenido el enojo por lo que el otro no es o no da, porque no quiere o no puede.Por ejemplo: Llegamos a casa agotadas después de estar todo el día corriendo con las compras, las diferentes actividades y tareas de los chicos, etc. Llega nuestro marido, también cansado de lidiar con mil cosas y preocupaciones. Se sienta en el sillón, prende la TV, y nos dice: “Gorda, me traés….”. La lista de cosas y reclamos que podemos llegar a decirle sería imposible de transcribir. Nos enojamos, nos angustiamos, mientras él piensa: “Si sólo le pedí un vaso”. Y la pelea se vuelve interminable encadenándose cientos de discusiones más, donde ya olvidamos cómo comenzó. Y tampoco nos importa ya el motivo, sólo importa tener la razón. Se genera un malestar que incluso puede durar varios días o surgir nuevamente en cualquier momento ya que estas peleas no se resuelven, no calman la necesidad que sentimos. Porque en ese momento ninguno de los dos se conecta con lo que en realidad genera la angustia y se ponen a la defensiva sin que exista posibilidad de diálogo.Es necesario en estos casos, y también lo más difícil, es poner en palabras lo que nos pasa y así evitar explotar ante el más mínimo conflicto. Explicar al otro lo que necesitamos, decirle cómo nos sentimos y no dar por hecho que debe darse cuenta o creer que debe “nacerle” a él. Recordar que en la pareja somos dos personas diferentes que arrastramos historias diferentes. Donde ninguno tiene LA VERDAD. Sino que debemos construir juntos una verdad adecuada a nuestra relación y que nos permita funcionar de una manera más agradable y cordial.ColaboraRita FilichLic. En psicologí[email protected]
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