La liturgia de este domingo se centra en la promesa del Espíritu Santo: “Si me amáis y guardáis mis mandamientos, Yo rogaré al Padre y el os enviará otro Abogado que estará con vosotros para siempre” (Jn.14, 15). El observar los mandamientos, aconsejado por Jesús repetidamente, es la condición para recibir el Abogado. El Espíritu Santo. Solamente quien vive en el amor, y en tal observancia de los mandamientos es apto para recibir el Espíritu Santo, que es el amor infinito hecho persona. Y el mismo Jesús en otras partes del evangelio les habla a los Apóstoles de la venida del Espíritu Santo, él enviará a los suyos otro Paráclito, que lo sustituirá y se quedará para siempre con ellos y con toda la Iglesia, y siendo Espíritu su presencia será espiritual invisible a los ojos de los hombres. Pero ejerciendo en ellos una acción tal que no solo les hará recordar todo lo que Jesús les enseñó; sino que será la “fuerza y el impulso” necesarios para la evangelización. Los discípulos ya lo conocen y lo perciben, pues está en medio de ellos (Ib.17). Es el Espíritu de Verdad y por eso el mundo sumido en el error no lo puede reconocer ni recibirlo. Será necesario estar íntimamente configurado con el espíritu del Señor. Ellos lo recibieron al resucitar el Señor, pues él se los dio, pero no lo vieron; más el día de Pentecostés, bajará sobre ellos como lenguas de fuego y los discípulos junto con María la Madre del Señor, habrán visto en su interior todo los que el Señor les manifestara y ellos mismos vivirán, serán transformados por él, y en él encontrarán a Cristo…”. Aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y Yo en vosotros (Ib 20).Al Espíritu Santo en efecto es confiada la misión de iluminar a los creyentes acerca de los misterios ya anunciados por Jesús y por su luz se conocerá el gran misterio de la Trinidad, también enseñado por Jesús, y entenderán ellos de alguna manera, como Cristo Verbo Eterno, Dios como el Padre, (El Padre y Yo somos Uno) y el espíritu Santo, está en el Padre y en el Espíritu Santo: Comprenderán que por la Unidad y la Trinidad de Dios, las tres Personas divinas son inseparables: Donde está una están también las otras dos y que la vida en Cristo es comunión de vida con la Santísima Trinidad. Y todos los creyentes por el misterio del sacramento del bautismo se convierten en templos vivos de la Trinidad, ella habita en nuestros corazones y todos los hombres estamos llamados a vivir esta hermosa realidad que llevamos en nuestros corazones como en una vasija de barro.Aunque en el bautismo el hombre ha sido ya regenerado en el Espíritu Santo, debe recibirlo con mayor plenitud en el sacramento de la confirmación que nos renueva en la gracia de Pentecostés… En el confirmando no solamente será plenitud, sino gracia y fuerza para vivir la vida en Jesucristo. Para poder obrar en la tierra las obras del amor de Dios y fortaleza frente a las acechanzas del mundo. ¿Cómo poder seguir a Jesucristo en este mundo, tan alejado de él, sin la fuerza del Espíritu Santo, cómo poder cumplir con sus mandamientos, especialmente el del amor, en un mundo tan egoísta? Todos los seres de la tierra necesitamos de esta fuerza y presencia si queremos triunfar sobre el mundo y sobre todo si queremos construir un mundo mejor. Es el Espíritu de Jesús el que nos impulsa a transformarnos y a transformar el mundo y la sociedad, haciendo Él por nosotros un mundo nuevo. Solamente por Él podremos dejar en la tierra a nuestro paso un mundo mejor y cuanto nos alegra saber que podemos superar las negaciones y los fracasos de este mundo y esta sociedad. Convertidos por el Espíritu todo lo podemos!! Que María la llena de gracia, la llena del Espíritu Santo, nos una por la oración a Jesús y nos llene El de su Santo Espíritu.
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