La otra vez tomé un remís para volver a mi casa, llovía intensamente y parecía que no iba a parar por muchos días, inquietud que transmití al conductor, a lo que él manifestó “a mí me conviene porque tengo más clientes, muchas veces no pasa nada en la calle”. A lo que agregué “también al que vende paraguas”, mientras la lluvia, que era la protagonista de esa charla, golpeaba la ventanilla del automóvil.Continuando con la charla, para hacer más placentero el viaje comenté que en días de lluvia podía trabajar a full, y así poder disfrutar con la familia los días de sol. A esta reflexión, me dijo: “No te creas, en mis tiempos libres salimos a pasear con mi señora y mis hijos y estoy pensando que en ese momento podría estar haciendo plata y no perdiendo el tiempo”. Le contesté que no estaba de acuerdo y que estar con la familia no es pérdida de tiempo, al contrario, es lo más importante. Por un momento desvió su mirada y me dijo: “La plata ahora no alcanza ¿vos pensás que la comida, la luz y el agua se pagan solos? Sólo atiné a hacer un gesto y guardé silencio hasta que llegamos. Al bajar del auto pensaba en la charla previa mientras me mojaba intentando abrir el portón, aunque en ese momento no me importaba mucho porque había algo que daba vueltas en mi cabeza. Luego recordé momentos, que a pesar de haber sido sencillos, por lo cotidiano no le daba la importancia que merecían. Apagué las luces de mi habitación y no pude dormir, la lluvia que caía en ese momento abrió las puertas del recuerdo y las imágenes, incluso de aquellos momentos que creía olvidados, comenzaron a pasar lentamente como una proyección que me desveló toda la noche.Los primeros actores que se hicieron presentes en el desfile de ese momento fueron los amigos de la esquina, a quienes varias veces reproché por golpear mi casa a la siesta mientras mis padres dormían, solamente para sentarnos a charlar en la vereda o competir para ver quién tiraba más lejos una piedra en el río.Los recuerdos de aquellas sobremesas y esas largas charlas con mi viejo, siempre con buena música de fondo y ese vino que tenía un gusto especial. Aquella noche, bajo una torrencial lluvia, se despertó en mí una sonrisa que me hizo olvidar la discusión con el chofer. Sólo pensaba en los momentos que sabía que no se volverían a repetir y que en aquellos instantes no me haya dado cuenta de lo importante que eran y que hoy son una parte esencial de lo que soy, y una pequeña parte lo voy a dejar cuando me vaya. En esa incesante marcha nocturna, no podían faltar los besos de aquella novia, el perfume de su piel cuando después de besar su cuello y el deseo de mi boca se apoderaba de su cuerpo.En ese momento me interrumpieron los rasguños de mi perro en la puerta para poder entrar e hicieron que volviera al presente. Me levanté, encendí las luces, giré las llaves y abrí la puerta, afuera solo caía la lluvia y un árbol se hamacaba con el viento. En ese instante recordé que hacía un año que aquel noble animal no me acompañaba más a la parada de colectivos, que también formaba parte de los recuerdos y que tal vez, quería estar presente esa noche. Cerré la puerta y apagué las luces para intentar dormir, mi mirada buscó el reloj que estaba arriba de la mesita de luz, era hora de levantarse. La noche se había ido, así como la intensa lluvia. Me vestí con mis mejores prendas para ir a tomar unos mates con mi mamá, para que me cuente cómo terminó el último capítulo de su novela, y vivir ese momento sencillo con ella, porque eso será lo que mañana querré atesorar.PorRaúl Saucedo [email protected]
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