En mi experiencia y de manera independiente a la magnitud de la cuestión médica es esencial el rostro de quien ofrece el diagnóstico, sobre todo si se trata de uno “difícil”.Es a través del rostro que nos reconocemos humanos, y cuando quien abre el sobre o mira las imágenes se escuda en la información, el dolor se duplica por aquello del exilio antes mencionado. Se pasa a ser “paciente” y a veces se pierde el nombre, lo que genera, una congoja que cuesta renombrar.Por esa razón es importante humanizar, la “Salud”, “almificar” el intercambio médico – paciente generando profesionales que no solo actúen como militantes que luchan contra la patología y la muerte, sino que sean hombres y mujeres gentiles que acompañen la vida aun cuando está esté en jaque, dándoles humanidad a quienes están heridos.Todos los profesionales de la salud deben verse reflejados en los pacientes. Ellos son nosotros, pero en otro momento de la vida. Es entonces cuando la práctica en la salud pasa a ser una práctica de amor, y no solo una batalla contra el enemigo al que hay que derrotar. En mi tiempo eterno, en el que hurgan los signos del rostro de ese hombre o esa mujer que nos dirá las palabras que marcarán los días por venir.
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