La foto llegó a nuestras manos, "recorrió" la redacción y estremeció a sus integrantes. Es el testimonio veraz de una historia "nuestra", argentina. Sucedió a principios de siglo y muestra a un grupo de estancieros del sur del país en un singular safari: la caza del indio. Y la primera presa cobrada yace desnuda, junto a su arco, sobre la tierra-madre, esa que jamás le perteneció. Porque -cabe recordar- en la cosmovisión aborigen (la misma que hoy proclaman los ecologistas) "es el hombre quien pertenece a la tierra y no la tierra al hombre".De un tremendo patetismo, el documento procede del Archivo General de la Nación y su copia corresponde a la colección de Miguel Gimenez, fotógrafo de este matutino. Sin embargo, frente a esa realidad que oscurece la historia del llamado "encuentro de dos culturas", han llegado en forma simultánea a nuestro poder otra documentación y otros recuerdos que deseamos compartir con los lectores de PRlMERA EDICION, en esta Semana del Indio, instituida en 1948 durante el Primer Congreso del Instituto Indigena Interamericano, realizado en México.AcercamientoDesde Eldorado, donde residen sus descendientes y, a través de los escritos de Thomas Kopp, la figura de Federico Christian Mayntzhusen adquiere nueva dimensión. Desapareció fisicamente hace 43 años y sin embargo, su presencia se actualiza. Quizás se deba a la transformación de la sociedad que recién ahora puede comprender y valorar su obra y compartir sus inquietudes. Su historia asombra, sacude e incentiva. Nació en Alemania y, egresado de la Universidad de Jena, en 1902 viajó a América del Sur, sumándose a la gesta colonizadora del Alto Paraná. Antropólogo y etnógrafo, no se limitó -como muchos- a estudiar características y pasado de los aborígenes. Llevado por su hombría de bien, se acercó y convivió con ellos hasta transformarse en su "padre y protector", título que le otorgaron sus amigos de tez cobriza. Con el producto de una herencia, adquirió tierras -120 mil hectáreas-, fundando en el Paraguay la Colonia Capitán Meza, en cuya acta fundacional incluyó la cláusula de respeto a los derechos humanos, preocupado por el maltrato y matanza en los obrajes. En los recuerdos de Kopp, la historia se hilvana con hechos y gestos que sorprenden: memora relatos narrados por ese "alemán enjuto" que abandonó el confort por la selva; la tranquilidad burguesa por el riesgo permanente.Remontarse hasta el origen mismo de los guayakíes fue su meta. 1910". Finalmente, tras muchos meses de seguir sus huellas y rastros por el monte, llegó a ganar su confianza y aprender su idioma.El primer contacto fue a través del joven Takua. Después fue el encuentro con dos representantes de esa raza: "El momento inolvidable de mi vida -cuenta el antropólogo- fue cuando dos hombres, completamente desnudos, emergieron de la espesura, dejaron arcos y flechas y se arrojaron sobre mi con los brazos en alto. Uno a cada lado comenzó a frotarme de cabeza a los pies. Después, se apoyaron en mi y lloraron. Es decir -enfatiza Mayntzhusen- me saludaron con el milenario saludo de las lágrimas y este fue el primer encuentro pacífico de los hombres Guayaki de la edad de piedra con la moderna civilización europea de 1910". Participó de numerosos congresos tanto en Alemania como los Estados Unidos y su lucha por ayudar al más humilde le permitió contar con un nuevo titulo, el más valioso: el de "apá" ("padre") otorgado por sus amigos aborígenes. El 8 de abril de 1949, al sentir acercarse la muerte, se sentó en su sillón junto al fuego de la cocina y, rodeado de indios, pasó a otra dimensión. Esa, brevemente, es la historia de un hombre que vivió en nuestra región. Otro personaje digno de ser recordado es el general Belaieff, del ejército imperial ruso e integrante del estado mayor del mariscal Estigarribia. Antropólogo y lingüista, pertenece a la pléyade de "los héroes de la Guerra del Chaco". Sin embargo, sus restos luego de los honores de práctica celebrados en la capital paraguaya, en la década del sesenta, descansan -cumpliendo su ultima voluntad- en el asentamiento de los indios Maká.También él fue llamado "Padre Blanco" por los paisanos de las distintas etnias. Y también su historia es apasionante y merece ser difundida. Finalizada la contienda bélica en 1935, el general aristocrático se sumó a los pueblos aborígenes, se transformó en su portavoz y los defendió contra los intereses de los "civilizados", quienes en aras del "progreso" sacrifican vidas humanas e hipotecan el futuro de sus propios hijos.En adhesión a la Semana del Indio, esta nota-comentario pretende ser optimista. Si bien somos consecuencia del pasado, también somos los hacedores del mañana. Por eso recordamos que el número de hombres y mujeres que aceptaron el desafío de hacer una sociedad integrada por todos los sectores está aumentado día a día. Además, queremos aquí transcribir párrafos de la carta del obispo de Iguazú, Joaquín Piña, a los aborígenes, publicada hace tres años: "Queridos hermanos guaraníes -decíaen su comienzo-: les escribo para pedirles perdón en nombre de los blancos. Para pedirles perdón porque no les hemos sabido anunciar a Jesús…"
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