Con el femicidio de Micaela García queda en evidencia una vez más que la mujer es considerada un objeto de posesión del varón, del que puede disponer porque es su derecho patriarcal ancestral sobre las hembras del clan. Si la mujer no fuese considerada inferior al hombre y un objeto de su posesión los femicidios no serían tan numerosos, brutales y frecuentes desde los inicios de la civilización y en todas las latitudes. Estamos en negación al respecto, por eso cuando sucede un femicidio nos asombramos e indignamos; reaccionamos como si nos tomara por sorpresa. ¿Cómo puede sorprendernos algo que viene sucediendo en nuestro país, prácticamente cada día y medio?Si queremos terminar con la violencia de género, además de las marchas, crear conciencia, visibilizar de otra manera el tema, nuevas leyes y hacer cumplir las existentes (jueces garantistas, cárceles obsoletas y superpobladas, penitenciarios y policías sin suficiente preparación, indiferentes o cómplices) todas las medidas que reclama la población y proponen los especialistas son fragmentos de una realidad que subyace en el inconsciente colectivo. Guerra o batalla de los sexosNo habrá cambio duradero si no cambia la relación violenta y desigual entre hombres y mujeres conocida como guerra o batalla de los sexos.En esa batalla el varón se considera diferente y superior a la mujer, con más derechos y habilitado por la sociedad, la justicia y la religión; y los ejerce desde siempre como algo natural.El orden patriarcal es el sistema de dominación más antiguo que existe. Su estructuración es asimétrica, jerárquica, sexista, androcéntrica y se impone por la autoridad, la coacción, la manipulación, la propaganda, el temor y la violencia institucionalizada. La mujer en esta sociedad machista es un objeto creado para complementar al varón.El intercambio de mujeres por productos o alianzas entre los grupos humanos desde el Neolítico fue la primera creación del patriarcado en que se evidencia que la mujer ya era considerada una mercancía, un objeto de posesión de los varones del clan, por lo cual podían tomarla, venderla, violarla o matarla sin consecuencias.Las honestas y las deshonestasEn un segundo momento, cuando los grupos se hacen sedentarios, aparecen los primeros movimientos religiosos que utilizan una interpretación ad hoc de las tradiciones espirituales, con el fin de respaldar su sistema social de dominio que presentan e imponen como “la voluntad de Dios”; crean el matrimonio monógamo y lo que dieron en llamar “la familia tradicional”. Así dividieron a las mujeres en dos grupos: las honestas que son las casadas y madres, por un lado, y por otro, las deshonestas que engloba a todas las otras, principalmente a las mujeres pobres, solas, sin familia, prostitutas, adictas, y las rebeldes, contestarías, desafiantes, por lo cual podían ser explotadas, sometidas o asesinadas.Hoy puede parecer que las cosas hayan cambiado en la superficie. Las sociedades civilizadas crearon leyes que combaten la esclavitud y la desigualdad, pero, en lo profundo, en el inconsciente colectivo, casi no hubo movimiento. El patriarcado para mantenerse en el poder usa los cinco tipos de violencia: física, mental, emocional, económica y simbólica. De no ser así sería imposible controlar por tanto tiempo a un grupo tan grande como el de las mujeres que representa el 52% de la población mundial.A más reclamos, más violenciaDurante el siglo XX, cuando las mujeres comienzan a reclamar por sus derechos civiles, trato igualitario y más libertades, se exacerban los ataques que van en aumento en cantidad y saña. Cuanto más se movilizan y reclaman las mujeres, más violentos se vuelven los hombres y el sistema.La prueba más reciente es Sebastián Wagner que actúo como si estuviera en la selva prehistórica. La madrugada del 1 de abril, recorriendo su coto de caza vio a una mujer joven, sola, vulnerable y saltó sobre ella como un león sobre una gacela. La golpeó, violó, estranguló para después desecharla bajo un árbol. Recordemos que hasta hace apenas un siglo, el mundo, la sociedad y la calle pertenecían a los varones y el ámbito de la mujer era el hogar. Después de todo el joven Wagner actúo como el hijo pródigo; plasmó en acciones lo que el patriarcado machaca en el inconsciente de los hombres hace 15.000 años y por eso obtuvo ayuda de otros hombres, el juez Carlos Rossi, el empleador, el marido de su madre, el camionero que lo lleva a otra provincia, el abogado mediático que dice que fue homicidio simple y no femicidio para que la pena sea menor.Es “una mala mujer”Para la consciencia machista la mujer sola, la que está en la calle, en el boliche, en el trabajo, en la oficina, la que piensa, la rebelde, la divorciada, la desinhibida, libre o que lo rechaza, es pasible de ser atacada, porque es “una mala mujer”. El último gesto de Wagner con el cadáver de Micaela así lo confirma, dejó el cuerpo desnudo y maltratado de ella en una posición sexual. Fue su última demostración de odio machista al exponer a la mujer de esa manera obscena; demuestra que él la considera culpable: ella se lo buscó, ella provocó el impulso homicida y el deseo sexual inmoderado. Él aplicó la ley sagrada del patriarcado, castigar a la mujer desobediente.El placer está en el dominioWagner (29 años) y Micaela (21 años) no se conocían y aunque no era su pareja, la mató por su condición de mujer libre, y lo hizo personal, usó sus manos para provocar una muerte lenta; una persona tarde entre 3 a 5 minutos en morir por estrangulamiento, es tortura. Él quería que ella sufriera, quería prolongar su dominio, ese momento de triunfo, el instante en que siente como la vida huye del cuerpo. Este momento era lo buscado, no el sexo. El placer máximo está en el dominio y en el daño que se ejerce sobre el objeto odiado y necesitado que se resiste a la posesión.Él como hombre peligroso se considera un predador, un macho alfa que está por encima de la ley de la manada. Su objeto de deseo no era su pareja madura, madre de siete hijos (Nora González), sino la niña de 13 años que acosaba por Facebook o cualquier jovencita que encontrara por la noche caminando sola como Micaela García. El femicida psicópata no ataca a la mujer por sexo sino para afirmar su dominio y confirmar su hombría (que probablemente no haya sido muy bien tratada por sus compañeros de ranchada, durante los años de cárcel, en que fue encerrado por “violeta”). El hombre violento no está interesado en el sexo o el amor sino en el terror que despierta. Todo se reduce a demostrar quien es el amo: “La próxima no te salvás, si te agarro sos mía; la próxima vez te ato para que no salgas corriendo. La otra vez te salvaste, pero la próxima no te salvás. Te voy a hacer mía, vas a ver”, escribió Sebastian Wagner en el Facebook de la nena de 13 años, amiga de su hijastra de 12. En sus palabras el deseo sexual queda desdibujado bajo la intensidad de la agresividad que resuman sus frases, todo se reduce a dominar,
atar, amenazar, poseer y matar.Artículo publicado en Agencia Télam. Escribe Susana Godoy -Licenciada en Psicología.Especialización en Psicología Analítica Junguiana.
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