Roma está militarizada, en estado de alerta máxima. Efectivos del Ejército custodian, armados hasta los dientes, los lugares más simbólicos del cristianismo en Roma y el Vaticano. Hay militares y carabineros con armas largas en estaciones de subte y trenes. El mundo vive una vigilia de Pascua de dramática tensión internacional. Y en Roma se convive también con la paranoia en tiempos de locura terrorista global.Ante un planeta sensibilizado por los últimos ataques, la voz suave pero firme del Papa resuena insistentemente. Dos imágenes contrapuestas del Jueves Santo valen más que mil palabras: Donald Trump usando la llamada "madre de todas las bombas" sobre Afganistán, mientras Francisco repetía el gesto de humildad y amor más puro que tuvo Cristo en la tierra, al lavar los pies de 12 encarcelados en una prisión en las afueras de la ciudad.Vivir Semana Santa en el corazón geográfico del catolicismo, cerca de la tumba de San Pedro y del argentino que se convirtió en referente moral del mundo, es una experiencia conmovedora, espiritualmente intensa y humanamente enriquecedora. Si a esto se le suma el contexto internacional y la convicción de que efectivamente estamos viviendo la tercera guerra mundial en pedazos -tal como sostiene el Papa- escuchar su voz cercana, sentir su mano afectuosa y percibir su liderazgo mundial, enternece y conmueve por partida doble.Francisco tiene la capacidad de estar pendiente, con todos sus sentidos, tanto de las cosas grandes como de las pequeñas.Cuánto reconforta escuchar y sentir en plaza San Pedro los "vivas" y aplausos, el apoyo explícito, la emoción desbordada ante la presencia del argentino que llegó hace cuatro años al trono de Pedro. Ante tantas críticas y acusaciones infundadas que abundan en Argentina hacia su persona, suena a música para los oídos percibir que acá en San Pedro seres de todas las latitudes lo reconocen como un hombre santo y sabio. Un deseo para estas Pascuas: que su prédica y su mensaje no caigan en saco roto. Qué los poderosos escuchen su voz y que se rompan los odres viejos de nuestros corazones, como se rezó anoche en el sugestivo Via Crucis alrededor del Coliseo, blindado por seguridad y a la vez encendido por las velas y los ojos ardientes de miles de peregrinos del mundo que llegaron a Roma en esta Semana Santa a buscar un respiro espiritual.Silvina OrangesPeriodista de Télam
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