Señora Directora:?Ya pasó el primer paro general contra las políticas neoliberales del Gobierno nacional con una adhesión que para unos fue “contundente” y para otros, estuvo determinada por la falta de medios de transporte. Pero más allá de esa visión dicotómica, creo constituye una advertencia de que hay políticas que habrá que cambiar, teniendo presente a los sectores más populares; en particular, a aquellos que paulatinamente están quedando fuera del reparto, y tienen la pobreza y la marginación como horizonte visible.No creo que sea suficiente justificación para retrasar esa necesaria transformación en la política social y laboral, los tímidos “brotes” de los que viene ufanándose la alianza gobernante desde mediados de 2016 y resulta muy difícil verlos aún. Los indicadores oficiales de inflación, caída de la actividad en la mayoría de sus rubros y desempleo –aunque no lo acepten– marcan que las cosas no van bien. Y la “teoría del derrame”, imperante en los 80 y 90 para justificar la creciente marginalidad social de entonces, ha demostrado sólo servir para captar incautos. Permitió una mayor concentración de la riqueza, el beneficio de unos pocos y de algunos sectores de servicio puntuales;?pero generó desocupación y, al final del gobierno de Fernando de la Rúa, la pobreza superaba ya el 50% de la población argentina. A eso no tenemos que llegar ahora.Estos modelos de pobreza e indigencia, tras un esperanzador crecimiento que se demora mucho en volcarse, significan la pérdida de miles de vidas humanas por hambre o la falta de servicios mínimos (particularmente de salud y educación) pero que no se refleja en esas causas en las estadísticas. Se los condena a una eterna marginalidad, entre quienes muchos pasarán luego a engrosar los índices delictivos.
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