Señora Directora: Destruido el mundo bipolar en los 80 y afianzada la democracia en muchos países desde entonces, parecía definitivamente desechada la opción militar que pudiera amenazar la integridad mundial. Salvo, por supuesto aquellos focos donde la avidez y la voracidad imperial insistían en con sus intervencionismo armado, sosteniendo guerras que solo sirven para exacerbar el odio entre naciones y pueblos.Aunque el belicismo seguía presente en los gobiernos de varios de los países centrales, la cuestión parecía controlada y acotada. Muy pocos imaginaban la reacción de algunos de esos pueblos pisoteados y maltratados por las potencias extranjeras. Pero esa prepotencia colonial –a la que aún recurren– parecía había quedado en el siglo XIX y que ahora la dominación era tecnológica antes que militar.Pero los vientos que soplan en los EEUU se intensificaron este año. Pretenden tirar por tierra esa “convivencia” alcanzada con sangre, metralla y prepotencia. El gobierno de Donald Trump está rearmando su país y, por extensión, también a otros –entre ellos a la Argentina—en un armamentismo estúpido y suicida.
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