Hace dos años que Lía Scherer dejó de andar esos caminos que llevan a las comunidades más remotas, más lejanas. Allí, donde la civilización tarda en llegar, donde los caminos se armaron por los pasos andados y el color verde predomina, esta médica posadeña atendió a ocho comunidades mbya durante tres años. En una charla con PRIMERA EDICIÓN contó los recuerdos de esas jornadas donde aprendió y mucho. No solo de su profesión, también de una cultura distinta y de formas diferentes.Lía es médica, especialista en Medicina General y Familiar, egresada de la Fundación Barceló. Sus años de residencia los hizo en el Madariaga. Una vez finalizada su formación en campo, “nos reunieron a todos los residentes con el ministro de Salud de entonces, Oscar Herrera Ahuad, y nos hablaron del programa Médicos Full Time. En ese momento nos ofrecieron los cargos para trasladarnos al interior de la provincia a trabajar con las comunidades. De los 70 residentes que estábamos ese día, solo dos nos ofrecimos para ir”, recordó y agregó que “yo no conocía nada sobre las comunidades, fui aprendiendo todo con ellos”. Por esas cosas que tiene la vida, que muchas veces se encamina por senderos desconocidos, Lía llegó a Montecarlo donde se instaló. “Lunes a la mañana hacía consultorio en Montecarlo, a la tarde la ambulancia me llevaba a Perutí, martes hacía guardia 24 horas, entraba a las 8 de la mañana salía miércoles a las 8 de la mañana, miércoles a la tarde me iba a Perutí de nuevo, jueves venía la camioneta y el viernes guardia otra vez”. Así eran las semanas para Lía. La atención en las aldeasLa jornada empezaba bien temprano todos los jueves. “Salud Indígena tiene áreas y una camioneta en cada zona. Esa camioneta tiene días, la que me tocaba a mí paraba en Jardín América y decíamos que la camioneta ‘subía’ cuando llegaba a nosotros en la zona de Montecarlo. En la camioneta había de todo, para extracciones, dos neumáticos de repuesto y demás”, recordó Lía.“Nosotros cargábamos siempre los remedios básicos más lo que yo consideraba necesario según la zona donde iba a ir más las leches que les corresponden a cada comunidad”, agregó.Luego empezaba el largo camino para ingresar hasta las más recónditas comunidades. Karina, promotora de salud de Tarumá, Graciela, también promotora pero de Caraguatay y Gustavo, el chofer, más Lía, partían temprano al recorrido de todos los jueves. “A nosotros nos tocaba el área XIII. Estábamos en Montecarlo, la camioneta venía de Jardín y un jueves nos íbamos a toda la zona de Isla, Pasarela, Kokue Poty y Guaviramí. Al otro jueves, hacíamos otra ruta para llegar a K-Yaga Porá, Eldoradito y Arroyo 9, la más difícil de acceder”. Toda la vuelta era alrededor de 120 kilómetros todos los jueves. “Salíamos a la mañana, dependiendo de la condición climática, y volvíamos a la tarde”.Un trabajo arduo“Nos metíamos en el medio de la selva para llegar. Gustavo -el chofer- era un genio, él miraba el camino, se bajaba, controlaba que pudiera pasar la camioneta. Solían aparecer diferentes situaciones que no nos dejaban seguir como tormentas, además es mucha tosca, y son tierras donde se sacan muchos árboles, entonces hay mucho raleo”, contó Lía. Fueron varias las ocasiones en que hubo que dar media vuelta y volver.Muchas veces, en pleno invierno, debían sortear los obstáculos más difíciles para llegar hasta las aldeas. Eso incluía descalzarse y atravesar caminando arroyos en pleno junio para llegar adonde el deber llamaba. “Graciela era la que hacía las estadísticas, la que contaba, tenía todo arregladito”, contó Lía. “Ella sabía todo. Teníamos en claro cuántas cajas de leche teníamos que llevar por la cantidad de embarazadas que había y así con todo”. El lugar para trabajar variaba. “Nos adecuábamos a lo que había, a veces en las aldeas nos preparaban algo, a veces no, nos poníamos donde había lugar”. Muchas veces, en la parte de atrás de la camioneta se controlaba a los bebés, a las mamás y se ponían vacunas. Una salita ambulante. Cada aldea tenía su propio promotor de salud. Una persona capacitada por Salud Indígena, dependiente del Ministerio de Salud Pública. El primer contacto era con él, para conocer de cerca el estado en que se encontraba la aldea antes de la llegada de los médicos. “Seguíamos de cerca a las embarazadas y cuando estaban en fecha de término, empezábamos a llevarlas al pueblo y si el marido de la señora quería, venía o sino una mamá, hermana o amiga. De paso podíamos hacerle controles”, relató la profesional. Pero muchas de ellas se inclinaban hacia los partos más tradicionales. “Hay algunas mujeres que no querían salir por nada del mundo de la aldea y tenían parteras y se arreglaban así pero hay otras que preferían ir al hospital”. “A mí lo que más me interesaba eran los controles, porque nos enterábamos así de un montón de cosas”, señaló. “En su mayoría todos se querían atender. El promotor tenía la obligación de decirnos lo que le pasaba a cada uno y nosotros íbamos viendo. Después tomábamos el peso, la talla, etcétera. Pero así también hay gente que no está tan acostumbrada y ni se acercaba hasta la camioneta”, agregó. ¿Las patologías más comunes? “Las básicas: parasitosis, dermatitis, diarrea, bronquiolitis. Les enseñábamos a resolver la situación en el momento, por lo menos para que no tengan que salir. Porque cuando salían no podían volver y a ellos no les gusta estar mucho tiempo afuera de su comunidad”. AnécdotasMientras anduvo por esos caminos recolectó una enciclopedia de anécdotas. “En la comunidad de Pasarela el camino era muy feo y cuando llovía era peor. En ese momento había cuatro familias en la aldea. Después de mucho pedir nos prepararon un lugar con techo para atender y como teníamos todo por estadísticas, sabíamos cuándo y qué cantidad de vacunas llevar, así como leche y todo”, indicó Lía. La aldea de Isla también era de muy difícil acceso. “Solo pude subir una sola vez, cuando arreglaron el puente. Después se rompió y no pude subir más. Como abajo había una canchita de fútbol, pasábamos con la camioneta, tocábamos bocina para llamarlos y todos iban a la canchita, donde los atendíamos”. Guaviramí es una comunidad pequeñita. “Es de dos o tres familias que siempre tenían tos. Cuando veíamos que alguien estaba muy mal le insistíamos para sacarlos al hospital”. En K-Yaga Por&
aacute; “tenían una salita muy improvisada, también había luz, una escuelita, docente, habían tantos paisanos aborígenes como criollos. Allí la promotora era Dominga, vivía frente a la salita”.En Eldoradito “era muy agradable la gente de la zona. Cada vez que íbamos tenían un animal diferente. Primero chivos, después tatú mulita, carpinchos. Ellos tenían su pozo perforado y esta era mi única comunidad en la que tenía un hipertenso. Lo que es notorio y para el que cree en que no sufrir estrés es un factor para no tener hipertensión, esto demuestra que es así. También teníamos una chica asmática”. En Arroyo 9 “teníamos que pasar dos veces por el arroyo con la camioneta, no podíamos pasar siempre porque llovía. El cacique era muy agradable, nos preparaba una salita para que podamos atender”. Luego, llegaba la visita a Perutí, en El Alcázar, una comunidad con más de 600 personas en ese entonces. “Como era de más fácil acceso me llevaba la ambulancia dos veces por semana a hacer salita. Ahí teníamos un puestito de salud que en su momento tuvo hasta dentista. Tienen su escuela de material y hasta había chicos que venían de El Alcázar a terminar la secundaria ahí”. Una vez que terminaban la atención en la salita, “salíamos a recorrer las casas. Como siempre iban los mismos, íbamos a ver qué estaba pasando con aquellos que no se acercaban”. Lía llegó en 2012 “y me volví en diciembre de 2014”.Su vida actualEn la actualidad, Lía trabaja en el Sanatorio Posadas “de internista” y en una obra social. Además, comparte consultorio con una colega. “Soy médica generalista. La gente me ve como clínica porque no entiende la especialidad, pero nosotros también podemos ver niños, adultos, abuelos”. “Una de las razones fue la nena”, dijo en referencia a su hija Magdalena de seis años. “Acá tenía la familia, donde vivir. A veces extraño eso de la rutina, me hubiese gustado capacitarme más. De que se hizo mucho, se hizo. Acercábamos el sistema de salud a la gente”. Esto no pasaba desapercibido, al contrario, se agradecía. “Tenía una paciente en Montecarlo, súper humilde pero ella me regalaba cosas de tela que hacía, desde almohadones hasta cortinas. Una vez apareció en Navidad con una sidra y un pan dulce”. También tenía una paciente psiquiátrica “que una Navidad me esperó hasta que yo salí de la guardia para darme unas muñequitas para Magdalena, se fue a las 6 porque era la hora que yo salía. En Montecarlo, en ese entonces, se avisaba por la tele qué medico estaba de guardia”, recordó entre risas. “Fue lindo, solo que uno viene a buscar otras cosas”, finalizó.
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