Estuvimos con Delia una pesada tarde de febrero en lo que casi es su segunda casa. El Museo Provincial Horacio Quiroga, más conocido como La Casa del escritor está en manos de esta mujer amable, atenta y conocedora de los secretos de amor, locura y muerte que dejó Quiroga en nuestras tierras. En los comentarios que los turistas dejan en la página de Internet la mencionan: “Hay una señora muy amable que sabe mucho y explica bien”… es ella, indudablemente. Un día llegaron a San Ignacio con su esposo Néstor Ríos, quien tenía trabajo y fue el intendente de aquella época quien le propuso hacerse cargo de La Casa. “Cuando llegamos a San Ignacio fuimos con mi esposo y mis hijos a conocer la casa del escritor, estaba tapada de selva, yo tenía miedo a las víboras y poco pudimos ver. La selva había avanzado en la casa y vimos la que dicen fue la moto de Horacio Quiroga, un mortero, también estaban los pozos de agua, el piso de la que fue la casa de los obreros…, pero la visitamos sin saber que yo estaría a cargo por tantos años”. En realidad, Delia confiesa que toda la familia cuidó y sigue custodiando el predio, un lugar con misterio, con tanta historia y tantos cuentos que se generaron en la mente de quien fue un gran escritor perseguido por la locura y la muerte. Fue allí, en la casa que diariamente cuida, limpia, pasa un plumero y mientras lo hace estando a solas “es como que me siento más cerca del escritor y le hablo: ’Quiroguita, acá estoy, cuidando tu casa, tus cosas, no te tengo miedo porque sé que sabés que estoy acá para cuidarla’. Le hablo porque muchos dicen que hay fantasmas, pero yo jamás sentí nada ni escuché, a pesar de que para guiar a los visitantes tuve que conocer su historia y sus tragedias como el suicidio de su primera esposa y del abandono de la segunda; dos mujeres muy jóvenes a las que Quiroga trajo a vivir en medio de la selva, sin luz, lejos de todo y de todos”. Desde el ’86 ingresó con su familia como custodia de La Casa. Un gran predio en ruinas y al que hasta hoy cuesta llegar por el mal estado del camino, y del que todos prometen arreglar pero sigue igual, impidiendo que los turistas ingresen los días de lluvia. Los hijos de Delia se criaron allí, visitando a su madre y escuchando los cuentos de la Selva que ella les leía para entretenerlos. La casa está abierta desde las 8.30 hasta las 18, ella llega a las 13, aunque “muchas veces vengo a la mañana y si tengo que quedarme más tiempo lo hago. Recorro, miro y cuido que nadie se lleve nada, porque sumaron elementos antiguos para decorar el lugar -no pertenecientes al escritor- pero sí elementos de la época en que Quiroga vivió en Misiones”. Ni el miedo a las víboras, ni los tornados, o el miedo a los malvivientes que asechan el lugar’ lograron doblegar a esta mujer de agallas, decidida a salir adelante con este trabajo que ayudaba a la economía del hogar. Delia habla y cuenta la historia de Quiroga como si lo hubiera conocido, y hasta se traslada en moto como lo hacía el escritor en la selva.Por Rosanna [email protected]
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