Señora Directora: Resulta llamativa la escasa repercusión que tuvo el informe publicado por ese Diario en que Misiones aparece encabezando por lejos la estadística en torno a casos fatales de siniestralidad vial en el Nordeste argentino (NEA). Es como si se hubiese asumido como naturales esos trágicos hechos que día a día suman vidas tronchadas en rutas y calles de la provincia, y donde la irresponsabilidad y el alcohol juegan papeles importantes, muchas veces concomitantes, y que pueden evitarse.Aunque en todo el país pareciera existir un comportamiento similar y que es más preocupante conocerlo cuando es a nosotros a quienes nos toca afrontarlos. Particularmente cuando las víctimas, muertos y heridos, son personas que, de alguna manera, también pertenecen a nuestro entorno. Al menos esa es la sensación que una debiera sentir por el solo hecho de que se trata de comprovincianos y, más aun, en el caso de compueblanos, de gente del propio barrio o vecindario.En muchos conductores que conozco –o padres que prestan a sus hijos sus vehículos, sabiendo que salen a beber– rige el fatalismo del “a mi no me va a tocar”; y si sucede lo peor, “solo se trató de un accidente”, impredecible e inevitable. El “destino” asume todas las responsabilidades, incluso las propias de quien, por acción u omisión, generó la tragedia. El que para más, recibirá la indulgencia de una Justicia complaciente que aparece prefiriendo desentenderse y lavarse las manos, antes de investigar las verdaderas razones y responsabilidades.“El muerto está muerto, que descanse en paz…; dejémonos de estupideces con los vivos, que ellos hagan su vida”, parece ser la conclusión de esta lógica que ocupa tumbas en los cementerios y camas en los hospitales. ¡Callen a los familiares si claman justicia! La responsabilidad es propia, pero la culpa es ajena. Y así seguimos construyendo ese sendero que nos mantendrá en el liderazgo de tan repudiable estadística. Mientras el “mea culpa” general, de conductores y autoridades, reclama normas más estrictas y mayores castigos que de nada servirán porque terminarán en letra muerta, como otras anteriores también asumidas por llantos similares.Es doloroso y lamentable verlo, pero esta realidad que naturaliza estas desgracias es parte del comportamiento común de nuestras sociedades cuando no encuentra salidas a las cosas que duelen.
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