Señora Directora: En 1955 comencé mi actividad como viajante y tenía clientes hasta en el fondo de algunas colonias. Era cotidiano ver personas adultas, tanto varones como mujeres, carpiendo en sus respectivos yerbales. A veces hombres solos, otras en compañía de sus esposas, darle duro con la azada, sacando malezas.Algunos eran clientes míos y durante las conversaciones con ellos, ellas o ambos –presentaban callos en sus manos– explicaban que lo hacían porque el ingreso monetario no daba para convocar a un carpidor. También resaltaban el valor el valor del sacrificio que estaban haciendo, no solo una semana o dos veces por año, sino cada tres semanas como mínimo, aunque sea una descuevarada, y durante años.Esta situación fue de miles de pequeños y medianos productores yerbateros durante la vigencia de la Comisión Reguladora de la Yerba Mate (Crym). Les permitía ampliar la cantidad de hectáreas y apuntar a un mejor futuro.Pero, de un día para el otro, de un momento para el siguiente, el sacrificio de años de duras tareas diarias, esa esperanza de un futuro mejor, fue pisoteado con la disolución de la Crym. Me ubico en el ánimo de esas esforzadas personas que, inesperadamente, no solo se alejó de ese promisorio futuro, sino que desapareció también toda esperanza. Ninguno estuvo en condiciones económicas de cambiar de actividad.
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