Todavía suenan los ecos del discurso del presidente Macri en el Congreso de la Nación. Era su segunda vez. Si en la primera se refirió a lo que pretendía hacer y en la herencia recibida, en esta segunda oportunidad mostró firmeza y habló de logros, que si realmente están sucediendo no se notan. Como que cada gobierno apela a su propio relato. Los discursos verbalmente ampulosos de Cristina y las menciones a políticas que cambiaron la matriz de Argentina, la básico, lo estructural (aunque moleste a los lectores kirchneristas), nunca se vieron. Desde 1983 hacia acá, el país sigue teniendo los mismos problemas de siempre. Cada vez hay más pobreza, concentración de la riqueza, explotación, millones sin acceso al agua corriente y cloacas, pésima educación, corrupción de la clase política. Con el paso de los años vimos que siempre se puede estar peor. Mientras la gente tiene plata en el bolsillo, no se da cuenta, no sabe, o no quiere enterarse de lo que pasa dentro de los siniestros ministerios. Entonces, las administraciones tienen carta blanca para hacer lo que se les antoje. Porque República es esa palabra que aparece antes del nombre Argentina, nada más que eso. La división de poderes y el concepto de “uno controla al otro” en general no existe. El Poder Judicial fue casi siempre un apéndice del Poder Ejecutivo. Si los gobernantes son personas rectas que acatan la ley como lo hace cualquier ciudadano, la Nación se hace fuerte. Pero el poder viene con dos frutos jugosos. Uno es el del mando, el otro es el de la impunidad. La manzana prohibida del paraíso. Y así los jueces probos tienen dos alternativas. Se calzan el traje de superhéroes para frenar los embates de los gobiernos, o se pliegan a acatar los recados que los operadores traen hasta sus puertas, so pena de juicio en el Consejo de la Magistratura. La idea de servicio al país se diluye, porque si bien ponen en marcha programas y políticas para intentar llevar al país un poco más delante de donde está, en la mayoría de los casos terminan sirviéndose del poder. En muchos casos acumulan muchísimo más dinero del que tenían antes de entrar a la función pública. ¿y que esperabas? dirán algunos. Para romper esa regla nefasta viene a la mente el ejemplo de un presidente, Arturo Illia. Hoy sabemos que Mauricio Macri tiene siete imputaciones, la última es la del caso Avianca, por el arribo de las líneas aéreas low cost. Lo acusan entre otras cosas de negociaciones incompatibles con la función pública. Sucede que los Macri vendieron su empresa aérea MacAir, a la empresa colombiana. Los denunciantes diputados del Frente para la Victoria sostienen que la firma sigue perteneciendo a la familia del presidente. Con la apertura de negocios para nuevas líneas aéreas, habrían aprovechado el arribo al poder para expandir sus negocios. Uno de los argumentos que exponen es que los mismos directivos de MacAir puestos por los Macri siguen en la estructura de la empresa comprada por Avianca. Aún es pronto para saberlo, pero ya comenzaron las dudas. Y el caso de la deuda con el Correo Argentino es una historia aparte dentro del mismo telar. En las próximas elecciones legislativas sabremos cuál es el costo político del escándalo. Porque no habría delito, ya que el acuerdo entre el Estado acreedor dirigido por Mauricio Macri y el deudor, su padre, Franco Macri nunca fue efectivizado. En su discurso ante el Congreso, el presidente apeló al cambio cultural para sacar adelante a la Argentina. Pero por errores propios, quienes lo votaron comenzaron a dudar si es cierto ese deseo. Actualmente hay 62 funcionarios del Gobierno que tienen causas en la Justicia. Pueden haber sido denunciados con razones justas o bien puede haber sido una acción deliberada de la oposición (mayormente los kirchneristas), para apuntar la mira a otro lado y mostrar que los corruptos no son solo ellos como se los acusa, sino también el “gobierno neoliberal”. Cuestionan que la familia Macri hizo su fortuna gracias a negocios con el Estado y haber sido beneficiada con la absorción de su pasivo en los días de la dictadura.Pero si hablamos de fortunas hechas gracias al Estado y empresarios que se sirvieron de él, los Kirchner tampoco escapan a la sospecha con sus hoteles y la estrecha relación entre Néstor y Lázaro Báez. Sí, porque son sospechas, aunque quienes nunca comulgaron con ellos piensen que deberían haber estado presos hace años. Pero como se dijo en párrafos anteriores, la Justicia es permeable y se empapa de la influencia del partido gobernante. A los indignados se les puede decir que Macri tampoco es culpable de nada hasta que se demuestre lo contrario, aunque les pese a los compañeros kirchneristas. Este país está loco, metido en una camisa de fuerza confeccionada por la política. Cómo se puede pretender que peguemos el salto y seamos como Canadá o Australia si los que llegan al poder gobiernan con impunidad sabiendo que pueden manejar a la Justicia. El problema es cuando lo pierden. Lo estamos viendo con los exfuncionarios del kirchnerismo. Pero aquí en Argentina nadie es culpable de nada, “todo es una maniobra del oficialismo para proscribir y aplastar a la oposición”. Lo peor es que esa dinámica se hizo carne en los últimos años. Si un kirchnerista ve que su referente debe declarar ante la Justicia “es una maniobra”. Salen a defenderlos, ponen las manos en el fuego por gente a la que solo conocieron por imágenes de la TV y quedaron encantados con su carisma y su labia. ¿Cómo saben que realmente no cometió delitos? No importa, el trabajo de construcción del mito calzó perfecto. Les perdonan todo. Son capaces de dar la vida por sus líderes, quienes si terminan con alguna condena, como dice la doctrina, no habrá sido obra de la Justicia, sino de la política. Del lado del macrismo la cuestión es un poco difusa, el tipo de militancia es distinta. Aún es muy pronto para saberlo, porque si algún funcionario debe terminar tras las rejas, da la sensación que no habrá defensores. El acompañamiento será sólo hasta la puerta del cementerio. Los envió el enemigoEntre los argentinos conocemos a personas que cada tanto aparecen en los medios como ciudadanos ejemplares, honestos, solidarios, que trabajan por la comunidad. Maestros, médicos, personas que manejan comedores, referentes de organizaciones civiles etc. etc. Nuestro país está plagado de gente honesta que colabora con la sociedad. Entonces uno mira hacia atrás, analiza todas las crisis por las que ha atravesado Argentina y cabe la pregunta ¿de donde ha salido nuestra clase política? ¿Son realmente argentinos? ¿Los ha infiltrado algún país extranjero para que nunca despeguemos como país?La puja por el poder es propia de la historia de la humanidad, pero en los países más desarrollados han aprendido que se pelea por espacios de poder pero sin poner en juego a la Nación. Si analizamos el nivel de enfrentamiento político que vivimos, se puede establecer un parangón con países de &
Aacute;frica, donde las guerras entre etnias los desangran desde hace muchas décadas. Aquí no nos matamos entre nosotros, pero a veces parece que todo está a punto de reventar. Aquí el hábito es “joder” al otro. Está mal, pero si pasa entre dos solo tiene consecuencias para el que pierde en la disputa. Lo grave es que la política argentina tiene por costumbre destruir al oponente. Huelen sangre y van por todo, mientras la ciudadanía queda atrapada en el medio y el país otra vez retrocede posiciones. ¿Cuántas generaciones deberán pasar para que esto cambie? Los que crecimos en democracia aspiramos a que de una vez por todas la política no sea sinónimo de apropiación de recursos del Estado, nuevos millonarios, mayores fortunas, impunidad, destrucción del rival y eternización de la pobreza en beneficio electoral. Si hay países que viven con altos estándares de institucionalidad, real idea de progreso mancomunado y nosotros tuvimos dirigentes capaces e intachables ¿por qué nuestra generación no puede repetirlo? Por Lic. Hernán Centurión
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