Al primer golpe de vista, resultaba difícil asociar la imagen de Floriano “Mandové” Pedrozo con la del artista plástico de bien ganada fama, que llevaba varias décadas retratando los paisajes y la gente de su aldea; capturando en sus pinturas para ponerlas a salvo de los estropicios del progreso, imágenes de caseríos pobres, de pescadores, oleros y lavanderas.Imágenes que alguna vez formaron parte del paisaje costero de Posadas, cuando el río Paraná era un cauce de aguas indómitas, sin diques ni represas.“Mandové” -apelativo de origen desconocido que remite al pez del mismo nombre y que sobrellevaba desde hace muchos años- era un personaje singular. Un tipo bondadoso y siempre dispuesto a compartir con amigos, característica que, como el dibujo, le deparó más notoriedad que réditos económicos.Dueño de una personalidad de variados matices y de un rico mundo interior que expresaba a través de sus dibujos y pinturas, que era la manera más elocuente que tenía de transmitir sus vivencias.Su rutina -ya alejado de la tarea docente después de 36 años enseñando dibujo- pasaba invariablemente por el Café Español, su último y más conocido refugio, donde compartía interminables rondas de café con amigos y conocidos mientras le daba forma y colorido a una caricatura, a la imagen de un caballo arisco o a un lapacho en flor, según la inspiración del momento.Su “atelier” era una de las habitaciones del Hotel de Turismo, de la calle Bolívar de Posadas. Allí fue instalado cuando su salud comenzó a quebrantarse, luego luego de ser sometido a una intervención quirúrgica en Corrientes para restablecer el funcionamiento de su corazón.En su habitación del sexto piso pasaba la mayor parte de sus horas en soledad, pintando o dibujando cuando le venían las ganas o escuchando música. Sus preferencias se repartían equitativamente entre el tango y el jazz, y sostenía a pie juntillas que para este último género musical nadie ha igualado al inolvidable “Panchito” y su Montecarlo Soul, del que conservaba una grabación casi única.Nunca hablaba de su vida sentimental y se encerraba en el mutismo cuando alguien pretendía que revelara alguna aventura amorosa.Lo único que confesó alguna vez es que tiene dos hijos varones que viven en algún lugar del Paraguay, aunque nunca se casó con todas las de la ley.Con su proverbial sencillez, prefería definirse como un trabajador del arte antes que como un artista y pocas veces respondía a los halagos de quienes conocen su invalorable talento.Según pasan los años La historia dice que Floriano “Mandové” Pedrozo nació un 12 de marzo de 1938 en el paraje “Los Galpones”, del municipio de Itacaruaré, un caserío rural formado alrededor del único aserradero ubicado a la altura del kilómetro 14 de la actual ruta provincial 4, por entonces conocida como la picada San Javier.Sus padres, Miguel Pedrozo y Victoriana Alvez, vivían al lado de la casa de don Eusebio Llamosas, dueño del establecimiento. Un día se lo ofrecieron como ahijado y Llamosas aceptó gustoso.Lo bautizaron a los pocos días en la capilla “San Bernardino”, uno de los pocos edificios de aquella época que todavía se conserva en la zona. La madrina fue una hija de don Eusebio.Es poco lo que recordaba de aquella época en la que transcurrió su niñez, ya que cuando todavía era pequeño sus padres lo trajeron a Posadas.Fue precisamente en la capital de Misiones donde “Mandové” desarrolló su talento y plasmó a pincel y lápiz las imágenes de paisajes, lugares y personajes de la costa que quedarán para siempre como patrimonio artístico y cultural de los misioneros.(Nota publicada por PRIMERA EDICIÓN el 27 de febrero de 2017)
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