Casa de Botellas nació hace casi 20 años gracias al ingenio de un matrimonio que decidió hacerle frente a la crisis del 2000. A pesar del paso del tiempo el proyecto sigue generando inquietudes y Alfredo Alberto Santa Cruz (65) continúa compartiendo sus conocimientos y experiencias entre aquellos que se interesan en la temática, que son muchos. Las invitaciones llegan desde distintos puntos de Sudamérica, además de las visitas que realizan al prototipo que se ubica en el barrio Las Orquídeas. Electricista de profesión confió que como muchos argentinos tuvo que buscar una alternativa para resolver los problemas económicos que se venían presentando. Y en la zona de frontera “estaba muy duro porque se formó una cadena impresionante de ‘no puedo pagarte’. Entre hacer un trabajo y querer cobrarlo, uno se terminaba peleando con el cliente porque tampoco tenía recursos. El problema era que el comerciante ya no fiaba. Tuve que buscar una alternativa para juntar dinero, saldar todas las cuentas y seguir dando de comer a mi familia. Lo más inmediato que se me ocurrió fue ir a juntar residuos (latas de aluminio, botellas plásticas, cartones)”. Admitió que fue un tiempo difícil “porque sentíamos la mirada de desprecio”. Y para minimizar ese impacto, empezaron a llamarse Soldados ecologistas, porque “hacemos el trabajo de muchos que destruyen el planeta. Habíamos resuelto el deseo de mi hija de tener su casita y nos dimos cuenta que la técnica que descubrimos podía servir para hacer una casa más grande”. Una habitación de 3,50 x 4 fue el prototipo desarmable con el que Santa Cruz empezó a viajar por Misiones y parte del Norte. “Esa casa nos enseñó que podíamos formar conciencia ambiental por un lado y ayudar a la gente que vive en condiciones de extrema precariedad, que vive con plásticos negros como techo, cartones como paredes, duermen sobre diarios. La técnica se fue desenvolviendo con la idea que además de la casa fabriquemos los muebles (cama, mesa, sofá, armario). Fuimos creciendo y a medida que avanzamos, comenzamos a recibir visitas, invitaciones para dar charlas y mostrar lo que habíamos descubierto”, contó orgulloso. En la actualidad son 76 construcciones hechas por voluntarios porque “la idea de mi trabajo es dejar formados voluntarios para que después se genere un efecto multiplicador. La mayor cantidad se levantaron en Argentina pero también las hay en Colombia, Ecuador, Brasil, Paraguay. Gracias a eso tenemos un reconocimiento internacional y estamos en primer lugar en el mundo en los buscadores de Internet. Compartimos la técnica de manera gratuita para que la gente además de usar los residuos pueda resolver sus problemas”. El interés de los turistas permite que los Santa Cruz tengan recursos para seguir investigando lo que es posible hacer con basura. “Desarrollamos unos 300 productos, demostrando que es posible transformar la basura en cosas útiles que se pueden comercializar y ganar dinero; la descarga de agua a la canaleta hecha de botellas, tejas, taburetes, juguetes, adornos. Eso ayuda a sustentar el proyecto Casa de Botellas porque no tenemos ayuda del Estado. Con lo que podemos vender vamos sobreviviendo y seguimos con el compromiso de dar cursos gratis en los lugares donde somos invitados”, señaló este santafesino que se radicó en Puerto Iguazú hace más de 40 años. La familia ya no habita la Casa de Botellas pero con la obra “provocamos y demostramos que a pesar de la adversidad y la situación difícil que nos toca vivir de vez en cuando, existen mecanismos para salir. Hay que poner empeño. No te podés quedar llorando porque nadie te va a solucionar el problema”. “Me siento cómodo, feliz, y amo mi Casa de Botellas”, dijo Santa Cruz, quien recibe consultas desde de Sudáfrica, Nepal, India, Uganda.
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