La visita de Estado que realizó ayer el presidente Mauricio Macri a Brasil, donde se entrevistó con su par Michel Temer, y en la que participó Hugo Passalacqua, uno de los dos gobernadores de provincias, junto al cordobés Juan Schiaretti, incluidos en la comitiva presidencial, se produce en un momento justo, sobre todo por los desafíos que se asoman en el horizonte de la integración regional.Más que los acuerdos firmados, resalta el gesto de abrir un nuevo capítulo de relaciones bilaterales en un marco de recesión económica en ambos países, y cuando el intercambio bilateral no está en su mejor momento. La Cámara Argentina de Comercio (CAC) difundió, al respecto, un informe según el cual la participación de Brasil en el comercio exterior argentino fue del 20% en 2016, la más baja desde la creación del Mercosur en 1991. Si bien el año pasado hubo una leve mejora respecto a 2015, de 0,1 puntos porcentuales, los términos de intercambio están muy por debajo del máximo histórico de 26,5% de 1997 y del promedio de los últimos 24 años (23,6%). Sobre este fondo apremiante, la enjundia de los discursos que se centraron en la “apertura al mundo” y las referencias al cambio en el contexto mundial a partir de la asunción del presidente Donald Trump en Estados Unidos, dejan mucho que desear.Los mensajes que surgieron de la cumbre presidencial, en un principio, no alentaron suficientemente un aspecto esencial: el fortalecimiento de los lazos, comerciales, productivos y culturales, con el conjunto de los Estados miembros, Paraguay, Uruguay y Venezuela; además de Bolivia, en proceso de integración. Ya se demostró, en el pasado, que el comercio en base al “eje Buenos Aires- San Pablo” no es sinónimo del proyecto integrador fundado en 1991 por el Tratado de Asunción, que apeló a la unión latinoamericana y al desarrollo regional basado en recursos y valores culturales comunes. Sin ese anclaje regional, la cumbre de ayer no alcanzará el “carácter histórico” que anticipó el gobernador Passalacqua.
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