Quién no conoció a alguien que una vez que llegó a un lugar de prestigio o de poder, “se la creyó”, con desprecio. -“A todos esos que me criticaban, ahora van a tener que venir al pie”. Probablemente eso haya dicho Donald Trump cuando ganó las elecciones. Ahora, en medio de inéditas transmisiones en vivo de firma de decretos (órdenes ejecutivas), le dice al mundo que va “hacer a América grande otra vez”, de la misma forma en la que llegó a la Casa Blanca, mofándose de todos sin importarle amistades o relaciones con otros países. Considera que “los de afuera son de palo”, cuando en realidad niega que el país que hoy preside se hizo grande con ayuda de la inmigración, con las empresas transnacionales y la globalización del comercio que ellos mismos ayudaron a impulsar. Parece una pesadilla, nos hace acordar a nuestros conocidos políticos (de poca monta) que llegan a un cargo sin preparación, sólo porque entraron en una lista o porque eran “caballos del comisario”. Claro, Trump es distinto, pero parecido a la vez. Nada tiene de tonto, supo continuar el legado empresarial de su padre y se hizo de un nombre propio en todo el mundo. Pero aún así no deja de ser un recién venido atolondrado, que quiere cambiar todo de golpe, y da la sensación que más para mal que para bien. Llegó con la impronta diplomática de un patovica: “No podés entrar”. Suspendió el arribo de personas de siete países de mayoritaria religión musulmana: Irán, Irak, Siria, Libia, Yemen, Somalia y Sudán, y ordenó deportarlos. Por ahora la Justicia tiene frenada esa decisión, pero sólo alcanzó a quienes quedaron varados y detenidos en los aeropuertos, ya con un pie en el país al momento de la firma. Por el momento parece que tiene sólo tres amigos: Gran Bretaña, Israel y Rusia. La relación con Londres es casi obvia, por historia y porque la mayoría de los británicos votaron salirse de Europa, aislarse bajo una cortina proteccionista, tal como quiere Trump con Estados Unidos. El vínculo con los israelíes es un pacto que es impensado que se rompa, porque desde mediados del siglo pasado Washington ayudó a construir y necesita de ese aliado en Medio Oriente. El caso de Moscú es extraño, tanto como él al mando de la primera potencia mundial. En los últimos días de la administración Obama, los servicios de Inteligencia confirmaron que el gobierno de Vladimir Putin influyó en las elecciones estadounidenses. Ya antes de la victoria de Donald, los dos se repartían elogios. Respecto a su par británica, hace escasos días mantuvieron una reunión en la Casa Blanca. La primera ministra Theresa May viajó a Washington seis días después de la asunción de Trump. Más que nunca Londres necesita de su aliado, ya que con la obligación del Brexit de romper comercialmente con la Unión Europea, el escenario le sería más que adverso si el empresario y presidente decidiera poner en duda el comercio con Gran Bretaña. Esa imagen de ambos en la conferencia de prensa y la imperiosa pero velada necesidad de May de adelantarse a cualquier acción sorpresiva que deje a los ingleses en problemas, hizo acordar a aquel Primer Ministro en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Neville Chamberlain fue quien para evitar una confrontación con la Alemania de Adolf Hitler (creía que podía evitar así un conflicto bélico), no se opuso con firmeza a la expansión nazi sobre la región checoslovaca de los Sudetes. May no es Chamberlain y Trump no es Hitler, pero se le parecen. Será por eso que en Gran Bretaña ya muestran repudio. Organizaciones sociales llevan recolectadas casi dos millones de firmas para que el mandatario no los visite, tras la invitación hecha por la Primera Ministra. Europa se plantaLa reacción del bloque ante la presidencia de Trump no se hizo esperar, de movida, Ted Malloch, a quien eligió Washington para que represente al país ante el Parlamento Europeo fue vetado por los eurodiputados. Hace escasos meses, él había vaticinado que la moneda del Euro estaba por colapsar y que probablemente ya no hubiera Unión Europea con la cual tuviera que negociar Estados Unidos. Advertidos de las duras formas que tiene Trump para hacer negocios, la bajada de línea política de los grandes países en la Eurocámara fue hacerle frente antes que Donald dé el primer golpe. En sus días como empresario, el magnate tenía como estrategia dejar que vengan a él, escuchar propuestas, luego darles su mejor oferta y cerrar la discusión con diplomáticas amenazas si era necesario. Pero hablar con países es otra cosa, aún cuando él presida la primera potencia militar mundial. Por historia, Europa conoce bien como reaccionar ante líderes de impronta fascista. Pero lo que no aprendieron es a cómo lidiar con las ideologías de ultraderecha que nuevamente afloraron en la sociedad civil, producto del influjo migratorio que explotó con la crisis siria y que a través de las urnas, amenazan volver a instalarse en el continente. ¿La esperanza? de los posmodernosUna de las características del concepto de Pos-modernidad es el desencanto de las grandes utopías de la humanidad. Luego de las dos Guerras Mundiales, el siglo XX fue testigo de la crudeza de este concepto. Aquellas ideas de la Modernidad en la que se creía que el hombre podía hacer del mundo un buen lugar para vivir en paz con sus semejantes subido al portentoso corcel de la técnica y la tecnología terminó hecho pedazos. El individualismo se hizo carne. Si bien la mayoría de los grandes líderes políticos repartieron discursos grandilocuentes por una sociedad mejor, lo cierto es que en la mayoría de ellas el progreso conjunto nunca llegó. Millones de migrantes económicos entraron a los Estados Unidos y otros millones lo hicieron en Europa escapando de la miseria y las guerras de África y Medio Oriente. En ese mundo desigual reflotaron las ideas de volver al estadío anterior, al orden, a revalorizar lo propio, “nuestra nación” por sobre los intereses de la comunidad internacional. “Primero nosotros” antes que tender una mano a quienes sufren producto de las políticas exteriores provocadas por las mismas potencias económicas y militares. Y así, dentro del gran país de Norteamérica apareció Trump para canalizar los sentimientos nacionalistas. La idea de los muros comenzó a volver a erigirse cuando creíamos que habían quedado sepultados con el fin de la Guerra Fría. Agenda global sobre la inmigraciónEs tal la conexión que vive el planeta hoy en día que hasta la agenda política de otros países se inmiscuye en las discusiones locales. Del muro en la frontera con México anunciado por Trump hemos comenzado a hablar de un muro en la frontera con Bolivia y la expulsión de extranjeros que cometen delitos. Sobre el segundo, el Gobierno nacional ya ha iniciado acciones, sobre el primero, sólo se ha escuchado el repicar de voces del nacionalismo (en) bruto que existe en Arg
entina. El diputado salteño Alfredo Olmedo lo argumenta en el buen sentido: “Los bolivianos son gente muy trabajadora, es para que no entren los delincuentes”. Olmedo explicó que en la frontera de Argentina con Bolivia “no tenemos la lancha que controle el río, los radares que controlen los aviones” ni “los aviones que sobrevuelen la zona”, con lo cual hay cientos de kilómetros donde “usted puede pasar donde quiera, por eso pasa la droga, por eso pasa la trata de personas, por eso pasan las cosas que pasan”. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich salió a aclarar que el Gobierno no tiene intención de construir un muro en esa zona, porque “no tenemos problemas con la inmigración, sino con el narcotráfico y el contrabando”, por lo cual afirmó que lo que van a hacer es un control tecnológico de las fronteras. Más allá de eso, aunque lo quisieran hacer en el marco de las obras del Plan Belgrano para el norte argentino, el muro demoraría años en construirse, no por la extensión de kilómetros en la frontera norte salteña, sino porque ya ocurrió que los fondos para ese plan terminan desviados financiando obras en la Ciudad de Buenos Aires. México lleva las de perder A fines de agosto pasado, el mandatario mexicano Enrique Peña Nieto cayó en una trampa. Recibió a Donald Trump en la residencia presidencial como una forma de adelantarse y tratar de sacar alguna ventaja ante una posible victoria del republicano. En la conferencia de prensa tuvo palabras amables y se encargó de aclarar que en la reunión se habló de construir un muro pero que México no lo pagaría. Trump por su parte, dio indicios de su política económica con su vecino del sur. Alertó que quería rever el Tratado de Libre Comercio, porque su país llevaba las de perder. Y tal como lo prometió, ahora le puso fecha a la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta según sus siglas en inglés). En junio discutirá la forma de resolver los 66 mil millones de dólares de déficit comercial que según Trump, EEUU tiene en contra. Con semejante cliente detrás del Río Bravo, la historia nos muestra que los mandatarios mexicanos nunca pudieron sacar rédito para que su país tuviera un crecimiento sostenido con el cual pudiera convertirse en una nación desarrollada. Peña Nieto estará en el cargo hasta fin de 2018. Tiene una imagen positiva del 10% y con los planes de la Casa Blanca, las noticias que le deparan estos casi dos años de mandato son las peores. Como nunca antes el mundo entero está preocupado por quien ocupa el Salón Oval en Washington. En el país donde nació Edward Murphy Jr. se cumplió la ley que él inspiró: “Si algo malo puede ocurrir, ocurrirá”. Lo peor es que hay muchos que empezaron a prestarle atención y adherir a ese perfil de villano del nuevo presidente de Estados Unidos. Pero cuidado, esto no es una película y no hay super héroes para defender al mundo. Colaboración:Lic. Hernán CenturiónDe la Redacción de PRIMERA EDICIÓN
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