Como ocurre periódicamente, el péndulo de la historia parece estar modificando rápidamente la realidad mundial y retornando a comportamientos de hace más de setenta años en la relación entre los pueblos, aunque emerjan de tiempo en tiempo. Tras vigorosos procesos de globalización económica montados en un modelo depredador neoliberal y de integraciones regionales tendientes a contrarrestar el impacto negativo del anterior, se vuelven a construir muros, reales o virtuales, entre las naciones. Estos procesos, cargados de xenofobia, chauvinismo y discriminación del “extraño”, amenazan la paz mundial. Pueden ser la génesis de guerras como las que provocó en la primera mitad del siglo XX, con su secuela varios millones de muertos y pueblos enteros arrasados o desplazados de sus territorios originales.A remedo del muro de Berlín –y seguramente con idéntica fortuna a éste, derribado en 1989-, ahora la administración recientemente instalada en Washington pretende construir un paredón que separe a los Estados Unidos de México y, por ende, con toda América Latina con el propósito de impedir la inmigración ilegal y la llegada de “indeseables”. A los que se suman otros ejemplos que reafirman esa tendencia. Tal el Brexit británico que apunta a quebrar la unidad de la Unión Europea construida con verdadera paciencia de orfebrería diplomática desde los 50 y recién consolidada a principios de este milenio. El enorme crecimiento de grupos ultranacionalistas en varios países como Francia o Austria -para citar solo dos casos extensamente conocidos-. En este último el candidato de la ultraderecha solo pierde la Presidencia de ese país por una revisión judicial del escrutinio final de votos; y en el primero, aparece como un importante referente en la definición de las presidenciales de abril próximo.Lamentable tendenciaComo estos, se repiten otros casos que reafirman esa lamentable tendencia. Tal los muros que separan a Israel de los territorios palestinos; las limitaciones xenófobas y racista a la inmigración como aparece en la Argentina actual o en Europa contra quienes huyen de las guerras que los mismos europeos generaron y sostienen por razones de hegemonía económica en el Medio Oriente, disfrazadas como liberalizadoras de pueblos sometidos política y religiosamente por regímenes dictatoriales o teocráticos.Con sus peculiaridades propias, todos ellos se enmarcan dentro de procesos que encierran enormes injusticias. Por los errores o desvíos de unos pocos terminan siendo todos víctimas de una estigmatización que se generaliza. A los “buenos” de unos se contraponen los “malos” de los otros, los ajenos, los menos, los despreciables, sea por su condición de pobreza, raza, religión, cultura o nacionalidad. En un fenómeno que se construye a partir del miedo y los sentimientos antisociales más bajos o la sed de revanchismo que puede desencadenar en experiencias como el fascismo que, con diversas figuras y nombres, imperó en la Alemania de Adolf Hitler, la Italia de Benito Mussolini, la España de Francisco Franco y tantos otros países cuyos gobernantes hicieron del odio, el temor, el chauvinismo y la xenofobia su bandera.Y es el inmigrante, principalmente -pero también el musulmán, el negro, el homosexual o cualquier otra cataloguización despectiva-, el responsable de una realidad que disgusta y que los gobiernos tratan de disimular, en interés y beneficio propio, tras esas sospechas a las que abonan e incentivan. En un juego en el que ahora las redes sociales tienen un importante papel como difusoras acríticas -y captoras de adherentes- de esa visión distorsionada que enceguece las mentes, creando falsos enemigos y favoreciendo políticas antipopulares que terminan perjudicando a las mayorías populares. En especial, porque sirve de distracción general, mientras disimuladamente –y no tanto- ciertos poderes económicos y políticos “cosechan” espurios beneficios, condenando a los pueblos a mayor pobreza y marginación.La irreal utilidad de los murosA lo largo de la historia mundial estos muros, reales o formales, destinados a separar pueblos y prevenir posibles “invasiones” indeseadas han demostrado su inutilidad, porque solo han servido para incentivar el imaginario negativo de quienes llegan allende las fronteras. Por ejemplo, los chinos construyeron durante siglos, con terquedad, tesón e inagotable paciencia, la Gran Muralla que intentó prevenir las invasiones periódicas de otros pueblos en la frontera norte, en particular las hordas mongolas muy comunes a fines de la Edad Media occidental. Pero estos no solo terminaron trasponiendo esa rígida e “infranqueable” frontera amurallada por cientos de kilómetros, ubicando en el trono a los suyos, incluso a uno de sus más legendarios emperadores, el Kublai Khan, de fines del siglo XIII, conocido a través de las crónicas de Marco Polo (1254-1324); y coincidente con la época de oro del régimen de los maharajaes en la India, cuando uno de esos reyes mongoles construyó el famoso Taj Mahal.O la inutilidad en la Argentina de la ley 4.144, de 1902, más conocida como Ley de Residencia o Ley Cané (por su iniciador, el senador Miguel Cané), para expulsar los inmigrantes “indeseados” llegados entonces de una Europa empobrecida. Poco éxito tuvo para combatir e impedir la difusión de las ideas socialistas, anarquistas y sindicalistas traídas por aquellos recién llegados en la gran oleada inmigratoria de la segunda mitad del siglo XIX, contra las que principalmente apuntaba esa expresión de la Argentina oligárquica previa al Centenario.Tampoco sirvió de mucho el mencionado Muro de Berlín, construido por los soviéticos en 1961, para evitar la fuga de ciudadanos del sector Oriental (controlado por ellos) hacia el Occidental (bajo la égida de estadounidenses, británicos y franceses). Le fue imposible contener esa emigración, aun a costa de sumar sus nombres a las decenas de muertes y deportaciones que eran el costo de ese “atrevimiento”. Finalmente fue derribado en 1989, cuando el colapso político y militar de la Unión Soviética, sin que haya servido de mucho como disuasivo para evitar la unión de las dos Alemanias, creadas como una consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.En Israel, los muros que separan los territorios palestinos de nada han servido para sostener la rebelión palestina que se conoció como Intifada, hace poco más de una década y media, ni los repetidos ataques terroristas suicidas (y no) que allí se repiten periódicamente. Como tampoco parecen tener muchos éxitos los hipócritamente llamados “ataques preventivos” que también llevan destrucción y muerte a la población civil e inocente en los territorios palestinos.Criminalizar al inmigranteEstos muros que separan pueblos, así como las restricciones inmigratorias tienen una lectura similar en sus consecuencias, aunque aparecen distintos y se los plantea diferentes: estigmatizar al “otro”, al extraño, al distinto. Son acabadas muestras de xenofobia, no siempre empapadas de chauvinismo, pero sí de mucho racismo y discriminación injusta e injustificable. Sobre todo cuando se fundan en ciertos cliché
;s y preconceptos que nadie explica y que apuntan a los temores, tabúes y sentimientos más bajos en la condición humana y dentro de un grupo social.Hoy, en nuestro país, vuelve a ser el turno de criminalizar a paraguayos, bolivianos y peruanos. A quienes, desde el discurso oficial, se los acusa de venir a la Argentina a delinquir y, particularmente, ser partícipes del narcotráfico, los crímenes que estos generan y hoy asolan otros pueblos como México o Colombia. Cuando la realidad sería otra y difiere del “muchos” con que se respaldan las autoridades para justificarse y que ocultarían una realidad diferente.Según datos atribuidos al Sistema Penitenciario y difundidos por el canal C5N, en la población carcelaria existen alrededor de 1.500 condenados por narcotráfico de esas nacionalidades mencionadas sobre un total en el país de más de dos millones de inmigrantes de ese origen. Aunque sólo habla de personas condenadas, esa cifra es válida como referencia: representa una minúscula parte de estos, 0,07%, evidenciando que la inmensa mayoría de extranjeros (menos del 5% del total de quienes pueblan la Argentina), que huyeron de la pobreza en busca de mejores oportunidades, y no condecirían con la búsqueda de ese “chivo expiatorio” del discurso oficial para justificar una creciente e incontrolable inseguridad.Según esa misma fuente, entre la población carcelaria, la proporción de extranjeros respecto a los argentinos detenidos por distintos delitos es mayor, pero con un denominador común para ambos: son pobres. Porque ese es, quizás y más allá del país de origen, el principal componente de estigmatización y criminalización social.Esos inmigrantes, ahora denostados, también contribuirán con su trabajo al crecimiento del país –muchos de ellos en actividades muy mal pagas y que los argentinos eluden-, así como pagarán sus impuestos toda vez que consuman o realicen alguna actividad remunerada y lícita en la Argentina. Colaboración:Martín PelozoDe la Redacción de PRIMERA EDICIÓN
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