“Trabajar con el doctor Favaloro me cambió la vida para siempre”“Yo me recibí de enfermera auxiliar acá en Posadas y me fui a Buenos Aires a trabajar. Empecé en la Cruz Roja Internacional y ahí estuve por tres años. En 1967, por recomendación de un médico me fui a trabajar al Sanatorio Güemes. En 1971 nos avisaron que el doctor (René) Favaloro iba a venir directamente de Estados Unidos para operar en el sanatorio. Estábamos todas orgullosas porque íbamos a tener una eminencia en el sanatorio, porque significaba más prestigio para el sanatorio”.Con una memoria intacta y gran jovialidad, Ester Alonzo (79) recordó a PRIMERA EDICIÓN los años en que como enfermera participó del equipo de cirugía junto al destacado cardiólogo argentino René Favaloro.Por propia decisión el destacado cardiólogo había rechazado innumerables ofertas en universidades y hospitales de Estados Unidos, donde creó el bypass coronario, para regresar a la Argentina y hacerse cargo del Departamento de Diagnóstico y Tratamiento de Enfermedades Torácicas y Cardiovasculares del Sanatorio Güemes, donde en 1984 haría su primer trasplante de corazón.“La primera vez que lo vi, él ya estaba en cirugía. Había cambio de turnos de enfermeras circulares. Yo entraba a las 14 y cuando llegué ese día, ellos ya estaban operando, entonces me coloqué el uniforme, la ropa estéril y entré a trabajar a la sala”, relató la mujer. “Cuando terminó la cirugía, él se acercó y le preguntó a la jefa de enfermeras: ‘¿Quién es esta niña?’, dijo, porque yo era chiquitita (tenía 27 años y era muy menuda), y la jefa le dijo: ‘ella es Alonzo’. ‘Ah, bueno, mucho gusto’, dijo él”.Recuerdos preciados“Él (por Favaloro) era muy conversador, pero afuera de la sala, porque mientras estaba operando era serio, estaba concentrado, supervisando a sus colegas”, describió Ester, quien por momentos narró en presente las escenas de cuatro décadas atrás.Con una gran sonrisa, recordó que “(Favaloro) siempre me ha felicitado mi ligereza, porque en la sala yo pasaba por debajo de los cables para conectar los equipos si algo estaba mal. Él pedía algo, todo con señas, y yo como un ratón pasaba por abajo y buscaba los instrumentos”.Por su alto riesgo, estas cirugías cardíacas suponen no sólo destreza, sino compromiso con el paciente, en esa medicina humanista que con los años Favaloro fue trazando.El grado de compromiso era tal que en ocasiones en que las cosas no salían bien, “les dolía en el alma”.“Una vez, me acuerdo, estoy viendo esa escena, de cuando falleció un paciente en la sala. Todo el equipo -entre ellos Favaloro- fue a la puerta de la sala, que era ancha, grande y tenía un piso impecable, y se quedaron sentados en el suelo, agarrados de las manos y todos lloraban. Le había salido mal y no lo pudieron revivir. Se sentía un vacío, un silencio. Eso fue lo que más a mí me impresionó. Verlos como trabajan con conciencia y amor”, recordó Ester.El final más tristeFavaloro trabajó en ese nosocomio hasta 1975, cuando creó la Fundación Favaloro para la Docencia y la Investigación Médica, desde la cual impulsó capacitaciones y talleres y continuó desarrollando la investigación cardiológica.“Aprendí muchísimo. El trabajo con Favaloro me marcó para toda la vida y lloré mucho cuando se murió”, resaltó Ester recordando la triste noticia que azotó a una Argentina en crisis el 29 de julio de 2000. “El se inmoló”, afirmó la mujer. “Con su muerte el quiso salvar el Instituto (de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro, entidad sin fines de lucro fundada en 1992, donde hasta la actualidad se brindan servicios altamente especializados en cardiología, cirugía cardiovascular y trasplante cardíaco, pulmonar, hepático, renal y de médula ósea). Yo interpreté que le dejaron solo, porque el instituto fue quebrando. Y él le escribió una carta al presidente (Fernando) De la Rúa, llegó el sábado, no recibió respuesta y se mató, y el lunes le llegó la carta en el despacho al presidente. Pero no era la primera, varias veces ya se había dicho que estaban mal. Pidió socorro pero no tuvo respuesta a tiempo”, dijo.Un recuerdo del GüemesSi bien las imágenes de su trabajo junto a René Favaloro están intactas en su mente, por todo recuerdo material de esa etapa de su vida Ester conserva una libreta con los nombres de todo el equipo de médicos cirujanos y sus respectivas matrículas. Lo mostró con orgullo aclarando que “este es mi machete, porque a veces no me acordaba los números, entonces andaba con mi libreta en el bolsillo. Acá está él”, resaltó mostrando el nombre “Doctor René Favaloro” encabezando la lista. Debajo, continúan los nombres de los especialistas Miguel Chiappe, Juan José Favaloro, hermano de René, Miguel Baravalle, Hermes Mesa Morales, Alberto Barbera y Roberto Vedoya, entre otros integrantes del entonces equipo de cirujanos de la Sala 1 del Sanatorio Güemes.“En esa época yo tenía mi cámara de fotos, nos sacábamos fotos a veces con las compañeras pero nunca llegué a sacarme una foto con el doctor Favaloro”, aclaró enseguida Ester.Entre otras anécdotas que recuerda de su paso por ese sanatorio, la mujer recordó que Eduardo (40) el hijo de su hermana Estela y padre de su ahijada, “nació en el (Sanatorio) Güemes y yo lo recibí porque justo estaba de guardia”.Toda una historiaEster Alonzo es la mayor de once hermanos. Vive en el barrio Ñu Porá de Posadas, en una casa que compró con los ahorros de su trabajo.Trabajó como enfermera en las ár
eas de cirugía general y cardiológica el Sanatorio Güemes. Fue ascendida a caba (femenino de cabo), donde tuvo a cargo a 18 enfermeras (de allí el color diferenciado de su uniforme en una de las fotografías que acompañan esta nota).A los 58 años se jubiló y se radicó en Mar del Plata, donde alquiló y administró el Hotel Garay hasta que tras un violento asalto quedó malherida y regresó a Posadas.Hoy es vocal del Centro de Jubilados “Fátima”, del Pami y en los ratos libres se dedica a la repostería y “siempre que mi cuerpo me acompaña, viajo con mis amigas jubiladas”.
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