Otro que abandona la escritura… En este último tiempo nos han dejado Alberto Laiseca, Andrés Rivera y Josefina Ludmer… Inmensos y admirables intelectuales-escritores que han hecho de la lectura, el pensamiento, la creatividad y la inventiva, una vocación, un culto vitalicio. Estamos desolados, meditando, recordando. Como se sabe, las palabras se vuelven triviales ante las dimensiones de una gran pena. El lenguaje nos resulta impropio, escaso por no decir inocuo… Repetimos las mismas frases, ofrecemos iguales condolencias y reiteramos gestos semejantes. Sin embargo hay algo que logra impregnar estos rituales de genuina contundencia: la veracidad de los sentimientos. Nada es hueco, nada es banal si encarna un sentimiento cierto y profundo. Así entonces en esta evocación, me atrevo a hablar en primera persona con el mero propósito de compartir experiencias de una memoria de hace tiempo y de ayer nomás.Josefina Ludmer, la “China”, fue una gran Maestra en mi etapa de formación en Buenos Aires. Allá por mediados de los setenta (tiempos turbulentos si los hubo), fui integrante de uno de sus grupos de investigación. Aquellos encuentros -cuasi clandestinos- luego denominados “universidad de las catacumbas”, se realizaban en domicilios particulares. Íbamos a su departamento turnándonos en los horarios de llegada para no ingresar todos juntos y teniendo cuidado de que no hubiera algún “espía de los servicios” en las inmediaciones. No es mi intención relatar los temas y aprendizajes que se desarrollaron en esas fecundas conversaciones con lecturas de vanguardia y procurando modificar en algún aspecto la inercia de la teoría y la crítica literaria. Trabajábamos duro, leíamos mucho y exponíamos nuestras interpretaciones. La Maestra siempre nos sorprendía con sus correcciones, acotaciones, alternativas, sus propias operaciones y sus originales modos de encarar la lectura. Un episodio entre tantos: fuimos lectores privilegiados de “Yo, el supremo” apenas se publicó la novela y Augusto Roa Bastos fue una noche a charlar con el grupo, ansioso por recibir devoluciones sobre su texto monumental. Una experiencia rara, única, escondida. Por otra parte, menciono mi vinculación con Josefina Ludmer porque en esa época era la pareja de Ricardo Piglia, dato biográfico de ambas figuras, que aquí tan solo pretende informar acerca de las circunstancias de mis primeros contactos con Piglia. Además, simultáneamente asistía a un curso dictado por él, sobre Borges y Arlt. Años más tarde, ya instalada en Posadas, retomo los intercambios con Piglia a través de mis trabajos sobre Macedonio Fernández. Como se sabe, él ha sido un fervoroso lector, defensor e impulsor de la obra de Macedonio en revistas, en sus charlas, en sus clases, en sus ensayos, en sus novelas y hasta en libretos para una ópera. Esta cruzada macedoniana nos unió en muchos emprendimientos y proyectos destinados a realzar los valores de la figura autoral de Macedonio, la inventiva audaz de sus propuestas literarias y su original pensamiento filosófico. Compartíamos los contactos de una presunta “logia macedoniana” de diversos lugares del país y de otras latitudes, cuando todavía no existía Internet. Durante años lucubramos un Diario macedoniano (todavía tengo el proyecto que redacté), en el que pensábamos concentrar la información de todo lo que se estaba trabajando y publicando sobre Macedonio en el ámbito nacional e internacional. Nunca pudimos concretar esta iniciativa y así, se volvió una “eterna promesa” muy acorde al estilo de Macedonio, siempre bromeábamos sobre esta dilación perpetua. Fue un fracaso llevadero y divertido, que proliferó de mil maneras distintas: encuentros, publicaciones, paneles, reseñas, etc. Como se podrá apreciar, compartíamos cierta “locurita empecinada” o si se quiere, una “sublime obsesión” concentrada en la obra del Viejo vanguardista genial, maestro de Borges. Semejante pertinacia nos deparó una amistad conversadora que se ha prolongado como una estela intermitente a lo largo de toda nuestra vida. Nos encontrábamos de vez en vez y yo lo interpelaba “Y… ¿cómo va eso amigo-Piglia?” “¿Qué anda lucubrando amigo-Piglia?”… Este apelativo afectuoso devino en contraseña personal, entrenos. Hoy lo exhumo de su silenciosa complicidad y lo uso cómo título en su homenaje… ¿Qué decir en homenaje a un grande entre los grandes? En estos días los medios darán cuenta de su tremenda obra, sus aportes y renombre en el mundo entero. De mi parte apenas puedo balbucear algún episodio y una semblanza de la persona que no siempre se conoce a través de artículos, libros, videos o medios masivos de comunicación.En primer término se me ocurre recordar que su primera novela Respiración artificial, 1980, en plena dictadura, apareció como un bicho raro, con una propuesta diferente que luego en perspectiva se ha convertido en una referencia obligada en la narrativa argentina. En esta novela se detectan claves que marcan características propias de su proyecto literario: fronteras confusas entre ficción y realidad, entre historia y literatura; mezcla de novela y ensayo con el fin de debatir ideas; incorporación de teorías sobre la literatura y sus interpretaciones. También se consolida el personaje literario Emilio Renzi, alter ego que vuelve una y otra vez como narrador de sus ficciones. Si tenemos en cuenta que su nombre era Ricardo Emilio Piglia Renzi, vemos que toma su segundo nombre y segundo apellido para modelar su doble, ficticio y a la vez real. Historia y Literatura enredadas, amalgamadas y confundidas de mil maneras posibles. Fue profesor de Historia, estudioso e investigador de temas, sucesos y protagonistas que luego formaban parte de su arsenal narrativo. Otro componente insoslayable en sus textos y también en esta primera novela, es la impronta política, a veces de manera explícita, otras a través de figuraciones metafóricas.Pues bien, ese texto tan importante por su valor literario e histórico… Adivinen dónde se presentó? Nada más ni nada menos que en nuestra propia ciudad: en Posadas, con el auspicio del grupo cultural Trilce, encabezado por Marcial Toledo. La presentación se realizó en el Instituto Montoya y estuvo a cargo de Olga Zamboni, quien tuvo que quedarse toda la noche anterior leyendo porque el texto había llegado a última hora. La estrategia de circulación cumplió un trayecto inverso: venía del centro a la periferia. Creo que el denso clima político y represivo obligó a editores y autor a tomar recaudos. Debo decir que él estaba muy contento con esta presentación realizada desde el borde, y viajó para compartirla. Efectivamente, Piglia vino, firmó ejemplares (en esos días no existía la demanda de firmas como ahora, además era un autor prácticamente desconocido en nuestro medio) y luego festejamos el acontecimiento con un brindis en el local donde se realizaban las reuniones de Trilce. Creo que hay fotos, seguramente en archivos particulares… me parece que tengo una, no me acuerdo, ni a Piglia ni a mí nos gustaban las fotos, lo coment&aacu
te;bamos a veces.Su reticencia a las fotos (aunque tuvo que bancarse infinitas fotos y filmaciones), se originaba en su timidez vitalicia, bien temperada y diestramente manejada por el entrenamiento, por las exigencias de la profesión y más tarde del mercado editorial. Parece mentira pero es así, ese meollo tímido modelaba la sencillez de sus maneras y de su lenguaje. Tenía un trato muy afable, gentil, sin énfasis ni estridencias. Siempre escuchando, un poco ladeado, mirando de reojo, entrecerrando un ojo, como procesando el tema, como a punto de decir algo, y a la vez interviniendo con cierta ironía fina, con agudeza y en franca salida al otro. Cuando daba clases o conferencias, también en la conversación personal, jugaba con sus dedos, se tomaba ambas manos e iba recorriendo los dedos. Sus lentes infaltables, su cabello enrulado, ligeramente despeinado o al menos sin un peinado determinado le conferían una imagen juvenil, aun cuando peinaba canas. Así, natural, un tipo común y a la vez con todos los detalles que indicaban: “pinta de escritor”. Era afectuoso, tenía paciencia con los estudiantes y con los fans que lo seguían a todas partes con adoración. Manejaba estas situaciones con mucha prudencia y delicadeza, cero divismo. Si tuviera que elegir un calificativo general para definir su ‘aura’ diría: AUSTERO… Una condición olvidada y desvalorizada en la cultura de consumo contemporánea. ¿En qué indicios se percibía tal austeridad? Primero en la ropa. Su saco medio arrugado, oscuro, gris o negro (siempre otro pero el mismo), de buena calidad, camisas o remeras sencillas, nunca una corbata. Un porte un tanto desmañado, como si se pusiera el “uniforme de trabajo” para pasar inadvertido. No desaliñado ni desprolijo, siempre correcto pero como al descuido, sin atildamientos ni poses. Su gestualidad también austera y su lenguaje preciso, sustentado por una memoria prodigiosa y una enciclopedia infinita… Amigo-Piglia no solo se había leído todo sino que además se acordaba de todo. Introducía nombres, lugares, anécdotas que no solo nadie había leído, sino que ni siquiera había escuchado de su existencia. Esta gala intelectual no era fastuosa, ni cometía la “ignominia de la erudición”, llegaba al ruedo conversador de modo cortés, eficaz, exacto. Intervenciones amigables, al menos las que me tocaron presenciar… Doy una versión personal, por supuesto, no he preguntado a otros sobre su imagen. Estimo que para la mayoría ha sido un gran Maestro y un verdadero faro intelectual.Era un gran conversador (como corresponde a un admirador de Macedonio), pero no verborrágico, al contrario, mesurado en la toma de la palabra; su discurso llano, sustancioso, muy argentino, ponía sobre la mesa hallazgos de sus maquinaciones siempre activas y singulares. Era un “solitario acompañado”, valga la contradicción. Luchaba por resguardar no solo la intimidad de su propia vida, sino el silencio y la soledad de su departamento-estudio. Cuando estaba embarcado en la escritura, trataba de aislarse, de desconectarse del enjambre de solicitudes, invitaciones y ofrecimientos. Procuraba por todos los medios, preservar la concentración en su trabajo. Siempre fue un gran laburante, dedicado de lleno a su vocación de escritor. La tuvo clara desde muy joven, hizo de la lectura y la escritura un culto laico y se jugó la vida con una constancia, una coherencia y una pasión… inclaudicables.Hasta lueguito, amigo-Piglia, saludos a Macedonio… qué buenos chistes estarán contando.Colaboración: Ana Camblong
Discussion about this post