La plaza 9 de Julio de Posadas es el ágora de la provincia, el lugar donde se gritan las desigualdades de Misiones, donde se observa solidaridad mezclada con ignorantes miradas de desprecio para con las protestas de la gente de tierra adentro. El reclamo de los tareferos lleva más de 45 días, ya casi no importa por qué estan hoy, pues la historia siempre es la misma, pobreza, explotación y un círculo vicioso del que no pueden salir, porque no saben cómo escapar y porque hay actores que los necesitan así, pobres y encadenados. Entre los árboles, carpas de plástico improvisadas para resguardarse del clima. Dentro de una de ellas, una mamá contempla a su pequeño que duerme la siesta. Mientras, sus hermanos corretean por la plaza y piden alguna limosna para comprar algo para comer. Gonzalo tiene siete años, se despierta con la voz de su madre, que nos cuenta los pormenores de su trabajo en la tarefa y nos relata la historia de su pequeño, tan dura como la vida que ellos llevan de generación en generación. Marli hace el mismo trabajo que hacían sus padres, cosechar para la industria tabacalera. Creció con eso, aprendió a ganarse la vida así y seguramente sus hijos continúen esa herencia. Ella tiene siete hijos, está sola con ellos porque su esposo murió hace algunos años. Una de las últimas veces que estuvo con él, ambos se llevaron el susto de sus vidas. A los 18 días de nacido, Gonzalo tuvo un paro cardiorrespiratorio. Desesperados consiguieron un auto que los llevó al hospital de Oberá. “Se murió en mis brazos”, cuenta la madre. “Milagrosamente” los médicos lograron reanimarlo pero el chiquito quedó con un grado de parálisis cerebral. Desde ese día depende de los demás para hacer todo. Las secuelas le impiden caminar y no mueve las piernas a voluntad. Pero su cabecita funciona bien. Marlis nos cuenta que el cariño y los juegos con sus hermanos lo hicieron un chico despierto. Gonzalo la mira y le dice balbuceando “jugo mamá”, es porque escuchó que sus hermanitos y “compinches” estaban hablando de eso. Ella lo levanta y él se acurruca en su pecho. Nos cuenta que mientras días atrás estuvo en la plaza, Gonzalo se quedó al cuidado de la hermana mayor en Oberá, pero se enfermó, estaba triste, no comía y por eso lo fue a buscar. Hoy se sustentan gracias a la ayuda de la Iglesia y la gente que pasa y se solidariza con los tareferos. Gracias a esos gestos de bondad, la cercanía de algunos hacia ellos y la mirada de los medios de comunicación, se hizo pública la situación del pequeño y la necesidad de tener una silla de ruedas para que sea más llevadero atenderlo y cuidarlo cada día. Fue así que desde la vicegobernación de la provincia se acercaron a la mamá para brindarle asistencia para Gonzalito. Los llevaron al Hospital Madariaga, le hicieron varios estudios para conocer su estado de salud y le entregaron una silla de ruedas ortopédica. Además, recibieron leche, mercadería, pañales y un colchón para el nene. Les ofrecieron además trasladarlos hasta su casa en Oberá, pero Marlis prefirió quedarse en la plaza. Para ella, tan importante como cuidar a su hijo es hacer lo necesario para que la protesta tarefera siga visible y conseguir una solución al reclamo. En el fondo lo que quiere es luchar hoy por sus hijos, para que mañana cuando ya no pueda, no sean ellos los que deban venir a Posadas. Su anhelo es poder burlar así el aletargado destino de miseria.
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